“Vivíamos bajo una lona, con dos encerados inmensos que nos prestaron. Ahí dormíamos y cocinábamos”, detalló Rogelio Jacob

El arroz es el motor de la economía de San Salvador y desde sus comienzos con las primeras semillas que plantó Félix Bourren Meyer han sido varios los productores que empezaron desde abajo, con gran sacrificio y trabajo sin descanso para que nuestra ciudad se convierta en Capital Nacional del Arroz.

Con 91 años cumplidos, don Rogelio Jacob es uno de esos ejemplos de entrega y trabajo en el campo cuando todo estaba por hacerse. Su testimonio fue destacado en oportunidad de una serie de entrevistas realizadas en el Museo del Arroz con motivo de recordar al sector ante la imposibilidad de llevar adelante la Fiesta Nacional.

Al recordar la época en la que se inició trabajando en las arroceras, dijo que “fue tremendamente duro. No teníamos medios, herramientas, técnicas. Se empezó desde la nada. Y desde el comienzo decidimos junto al patrón del campo hacer todo nosotros desde cero. A partir de la construcción de las herramientas a mano, hacer los pozos para sacar el agua. Todas las herramientas de los comienzos las tengo en el galpón, las que hicimos con Ricardo y Carlos”.

“Yo exclusivamente estaba en la chacra pastoreando todo. Ricardo haciendo todas las cosas más importantes. Obreros de casualidad teníamos uno. Pero todo era muy duro”, remarcó.

No había gente en el campo para hacer cosas así. Los que lo hacían tenían plata y eran más pudientes. Nosotros afrontamos los años más bravos, los de sequía y haciendo los pozos. La perforación y el ante pozo”, describió Don Rogelio.

“Había que estar cuidando los pozos que se desmoronaban y haciendo otros”, aclaró. “Nosotros empezamos la arrocera desde la nada, trabajando la tierra para abrir el primer surco. Llevamos todo en una chata, desde la leña que la colocábamos debajo de una carpa (dos encerados) y ahí nos quedamos toda la temporada”.arroz

Comencé a trabajar en la arrocera a los 22 años, recordó Rogelio, “y no salí más. Pasamos de chacra a chacra. El primer año hicimos las taipas de 9 hectáreas a pala con Carlos y un peoncito de Jubileo. Hacíamos 70 metros por día con cualquier clima. Además, teníamos la ayuda de nuestros padres que nos acercaban todas las herramientas más chicas, nos daban todo lo que nos podían ayudar. También el arado, el disco y cinco caballos”, comentó.

“Las arroceras siempre las tuvimos en la zona de San Salvador. Nos iniciamos en un campo de Juan Martínez por 5 años hasta que nos fuimos porque necesitábamos más espacio”, recordó Rogelio Jacob.

“La cosecha, continuó, es un tema muy grande. Empezamos a hoz haciendo todo. El convenio con Martínez era trillar una tarde él con los peones que ponía y otra tarde nosotros. La mitad de los peones los ponía él y la otra nosotros”.

“La innovación demoró muchos años en llegar hasta que salieron las primeras máquinas para trillar. Se empezó sacando la bolsa de la chacra con carros playeros con caballos y llevarla a los secaderos en el suelo”, detalló Don Rogelio.

Recordó luego que “uno de los primeros molinos fue el de la Cooperativa, de la cual fui socio unos 20 años, hasta que un día le dije a don Samuel Kaplán, que era el gerente, que no iba más porque ya podía manejarme con lo mío y ser autosuficiente. Así hice un galpón, puse secadoras, pero siempre seguí comercializando y trabajando con ellos”, aclaró.

Al mencionar como trabajaban en el campo dijo que “vivíamos bajo una lona, con dos encerados inmensos que nos prestaron. Ahí dormíamos y cocinábamos. Teníamos todo el equipo de cocina que armó mi mamá y teníamos todas las provisiones. Así estuvimos de chacra en chacra, con rancho de barro hasta hacer una casa”, destacó.

“Nunca dejé de ir a la arrocera”, aunque ahora “voy a pasear”. La diferencia que hay es muy grande, así como sucedió en todos los campos, agregó. Ahora hay cosechadoras y tractores con todas las comodidades”, remarcó en la entrevista realizada por Anselmo Rolón.