Una amiga le donó un riñón y hace seis meses disfrutan de una nueva vida

Walter y Cristina se conocieron practicando meditación y ella se ofreció como donante. Su solidaridad hizo crecer el milagro y hoy lo celebran

Walter Ardinson tiene 43 años y vive en Paraná. Fue la primera persona en Entre Ríos en recibir un trasplante de un donante vivo no relacionado, es decir, de alguien que no es familiar suyo. El miércoles se cumplieron seis meses de la operación, y tanto él como Cristina Giménez, una amiga suya que decidió donarle un riñón, celebran la vida.

Él se emociona cuando rememora su historia. Todavía no había cumplido un año cuando empezó a tener problemas renales. Recién a los 7 lo derivaron al hospital de Clínicas, en Buenos Aires, y tuvo un diagnóstico preciso. Es el segundo de cuatro hermanos y con un minucioso cuidado de su familia, una dieta rigurosa en la que nunca pudo probar la sal y otros sabores, un estilo de vida con limitaciones, medicación y controles periódicos, pudo sobrellevar su enfermedad hasta los 37 años.

Tras el fallecimiento de su mamá, su salud empezó a complicarse: «Empecé con retención de líquidos, presión alta, náuseas, calambres, se me caía el pelo, sentía que me moría asfixiado porque me faltaba el aire. La función renal había disminuido casi al 40% y había que estar atento. Fue entonces que el médico me dijo que necesitaba un trasplante. Pensé que me internaban enseguida y me trasplantaban, como si fuese un trámite. Pero no es así. Tuve que pasar cuatro meses hasta eliminar los tóxicos en la sangre; ese año comencé con diálisis en julio y en diciembre ingresé en lista de espera del Incucai», contó a UNO.

Por distintas cuestiones, nadie en su familia estaba en condiciones de ser donante y fueron más de cinco años yendo a diálisis, día por medio, aunque fuese domingo o feriado, y dos agujas conectadas a su brazo le provocaban un dolor extremo. «Estaba cinco horas en una máquina con casi medio litro de sangre de mi cuerpo dando vueltas en un artefacto filtrándose. Se me bajaba la presión, me acalambraba, perdía el sentido de dónde estás porque uno queda como mareado ese tiempo», recordó.

Walter es maestro de grado y primero tuvo que pedir licencia en las escuelas donde estaba para poder recuperarse de esa instancia, pero los síntomas se acrecentaron y tuvo que dejar de trabajar, y aseguró: «Uno ya no es más persona cuando está en diálisis, empezás a no tener vida social, estás centrado en el tratamiento, en el dolor de las agujas, siempre estás mal».

Buscando alivio fue a un encuentro de meditación guiada e hizo un curso en la fundación El Arte de Vivir. Esta herramienta lo ayudó a sobrellevar la situación: «Buscaba algo que desconecte mi mente de mi cuerpo para que no me afectara tanto la diálisis. No dejé de sentir el dolor de las agujas, pero empecé a atravesarlo de otro modo», señaló.

Un día, después de una meditación grupal, se acercó una de sus compañeras a preguntarle si iba a ir a Colombia, a un encuentro con el líder espiritual de la ONG. Pero él le contó que por su salud no podía viajar, que sus riñones no funcionaban y que día por medio se conectaba a una máquina. Ella vio en sus brazos las marcas de las agujas y le respondió: «Yo tengo un riñón que es tuyo».

«Pensé que era una frase dicha de compromiso», confió Walter. A la semana se cruzaron nuevamente y ella insistió: «¿Averiguaste cómo hay que hacer?».

«¿Cómo le voy a sacar un riñón a alguien? ¿Cómo otra persona me va a dar algo que es parte de su cuerpo, de su vida?», se preguntaba él en silencio cada vez que se encontraban y ella mencionaba del tema. Durante tres años, en las sesiones de terapia solo hablaba de eso: «No puedo aceptarlo, no es para mí», repetía. Hasta que llegó el momento en que pensó «¿por qué no?». Tomó la decisión recién el año pasado pero no sabía cómo decírselo a Cristina: «Cuando me animé, ella es la que estaba más contenta», expresó.

Fueron a una clínica de Santa Fe a consultar qué debían hacer. Hoy la llamada Ley Justina incluye la donación entre personas que no son parientes, pero en ese entonces en Entre Ríos no había una norma que lo habilitara ni antecedentes de donantes vivos no relacionados, como sí pasaba en otras provincias. Comenzaron con los estudios de compatibilidad, sorteando cuestiones burocráticas con la obra social, y con paciencia esperaron los resultados. Cuando un médico vio los análisis, preguntó sorprendido si eran mellizos, ya que tenían una compatibilidad que por lo general solo se dan en gemelos o mellizos. «La llamé a la Cristina y lloramos los dos en el teléfono», sostuvo Walter.

En medio del vacío legal presentaron un recurso de amparo con abogados que en nombre de Cristina pidieron autorización para donar. Tuvieron que ajuntar documentos y testigos que acreditaran que se conocían. «Para diciembre del año pasado nos llamaron a una audiencia con el juez, el secretario, el equipo del Cucaier y el equipo de psicólogos designado por el Juzgado para comprobar que no había ningún interés financiero. El viernes siguiente empezaba la feria judicial y el jueves el juez sacó el dictamen con la autorización», celebró Walter.

Cristina se fue en enero a la India a hacer un curso. Ni bien regresó, a mediados de febrero, se hizo los estudios, y el 24 de abril se concretó el trasplante. Cuando Walter despertó le dijeron que todo había salido bien: el riñón empezó a funcionar enseguida en su cuerpo. Ambos se recuperaron enseguida, y él recordó con simpatía: «Me pasé la primera semana dándole las gracias, hasta que me dijo que si volvía a agradecerle me iba a bloquear de WhatsApp. Ya nos había dicho la psicóloga del equipo de trasplante que el que recibe el órgano se siente en deuda de por vida».

Honrar la vida

A Walter le dieron el alta y le dijeron que ya podía hacer vida normal, algo que no conocía hasta ahora. «Siento que todo lo que hago es nuevo. Todo me sorprende, me gusta, me genera gratitud y me emociona. Siempre pensé que me moría a mis 40 y me organicé para eso: no tenía deudas ni muebles. Ahora estoy listo para construir de cero, sin rencores, sin rabia, sin dolores», señaló, a la vez que contó con satisfacción: «Antes no podía comer nada, ahora conocí lo que es el ketchup, probé el queso, los chocolates».

Por su parte, Cristina explicó cómo decidió a donarle un riñón a su amigo: «Él es un amor de persona, nos amamos mucho. Soy de Roque Sáenz Peña, Chaco, llegué hace seis años a Paraná a hacer un curso en El Arte de Vivir y me quedé. La gente enseguida fue muy predispuesta y super amigable conmigo, y cuando una está sola las personas que te rodean pasan a ser parte de tu familia, por eso tengo este sentimiento con Walter. Además, cuando nos hicimos los análisis nos dijeron que éramos compatibles como hermanos», destacó.

A su vez, confió: «En general no le conté a la gente lo que iba a hacer porque no está acostumbrada a estas cosas, sino a dar las sobras. Esto es algo que la mente racional generalmente no entiende».

Fiel a un estilo de vida que eligió hace tiempo como monitora de meditación e instructora de yoga, confió que en el viaje a la India antes del trasplante le preguntó a su maestro espiritual si iba a estar bien con la operación y él dijo que sí, que avanzara: «Para mí fue un descanso. Soy muy emocional, me guío por la intuición, sabía que iba a estar bien y por eso lo hice. Pasaron dos días y ya estuve sentada».

A su vez, reflexionó: «Walter está de maravillas con su riñón. Si bien naturalizo mucho la situación, esto no es natural: es fruto del milagro, la fe y el trabajo que hacemos con nuestro cuerpo: nosotros estamos rodeados de buena energía, hacemos técnicas de respiración, tomo tres litros de agua por día, soy vegetariana y no como con sal ni fritos».

«Mi cicatriz está perfecta y jamás tomé ni una bayaspirina desde que salí de la cirugía. Sigo mi vida normalmente. Tengo 34 años pero parezco de 20», dijo con humor, y explicó: «El cuerpo es como un auto y si le cargás un combustible que no es, no funciona. En el cuerpo repercute si lo exponés al estrés, lo que pensás, lo que mirás, con quién estás, qué comés, cuáles son tus hábitos».

Sumamente generosa, Cristina es docente de Lengua y Literatura en la escuela Bazán y Bustos y en ese espacio también da un taller de meditación. Además, da yoga en las cárceles: «Es una elección de vida ir a lugares donde se me necesite», concluyó. Fuente: Uno.