Sobre el estreno de su obra en Chajarí
INTRODUCCIÓN:
El 9 de setiembre de 1977, poco después de las 21 horas, el Grupo de Teatro Independiente Habeas Corpus representó, por única vez, la obra “Los de la mesa 10”, en el escenario del Club Santa Rosa de la ciudad de Chajarí, provincia de Entre Ríos.
El director de la obra teatral, fue Lisandro “Chito” Montiel. El elenco de actores estuvo integrado por Carlos Paniagua, Marimar FaSSi, César Arbelais, Ana María Baum, Fabián Cúneo, Patricia Slobinsky, Marcelo Martene, Juan Carlos Pintos. El sonido estuvo a cargo de Roque Baloni y la iluminación corrió por cuenta de Roberto Cabot. Ofició de apuntadora, Adriana Pintos.
Aunque solamente brindaron una función, el emprendimiento dio que hablar, dado que introdujo innovaciones en el formato escénico local: se representó la obra tal y como lo indica el texto original de su autor, el entrerriano Osvaldo Dragún, nacido en Colonia Berro, a poca distancia de San Salvador. No se hizo ninguna adaptación, como era muy frecuente en esas décadas. Otra curiosidad fue la siguiente: no hubo escenografía; todo se ambientó con luces y sonido. Asimismo, los que actuaron –jóvenes vecinos chajarienses, entre los que se destacó César Arbelais–, hacían dos o tres personajes cada uno: excepto los protagonistas principales, José (Carlos Paniagua) y María (Marimar FaSSi).
El hilo narrativo da cuenta de una historia de amor entre María, la hija de una familia adinerada, y José, un mecánico de condición humilde.
La historia que rodea a este estreno, conserva ciertos pormenores que ofrecen mayor comprensión sobre los hechos y sus repercusiones. En los intersticios de las celosías, se veía lo que ocurría, entre bambalinas, cuando el país crujía.
EL TRASFONDO:
El acontecimiento cultural, podría pasar por un eslabón más de esa cadena teatral que se venía desplegando, paso a paso, en Chajarí, y por ende considerarse un acto auspicioso para la historia local.
Sin embargo, fue algo más, porque esa puesta en escena tendría connotaciones que ni siquiera sus protagonistas tomarían conciencia, en ese momento tan particular que estaba viviendo esa especial zona geográfica, la provincia y el país.
Lo cierto, era lo siguiente: el autor de esa obra, el entrerriano Osvaldo “Chacho” Dragún, se había exiliado en 1976, porque temía por su vida; se sentía amenazado y acosado por la dictadura militar, a causa de su posición política, a la que los informes de las áreas de Inteligencia catalogaban “de extrema izquierda”. (Luego del golpe, continuó escribiendo los libretos del ciclo Para todos, que se exhibía en la pantalla de Canal 11, con Claudio García Satura. Sin embargo, al poco tiempo se le cortó abruptamente el contrato, como también a los otros guionistas, aunque el programa continuó en el aire. No estaba prohibido formalmente y por escrito, pero sabía que estaba censurado. Recorrió otros canales, en busca de trabajo: “Usted no puede trabajar porque de arriba no lo dejan”, le respondieron. Fue en esas instancias que pensó que había que irse de la Argentina. Hasta ese momento estuvo viviendo en Buenos Aires.)
Chajarí, fue una de las pocas localidades donde se exhibió, durante la vigencia de la dictadura militar (1976-1983), esta obra de su autoría, que había adquirido mayor celebridad después que se lanzara su adaptación cinematográfica, con idéntico título. A esa película –donde actuaban María Aurelia Bisutti y Emilio Alfaro, en los papeles principales– la habían estrenado en Buenos Aires, en 1960. Largos años habían pasado hasta 1977, año de su representación teatral en esta localidad. En todo este tiempo, hasta su exilio –con breves interrupciones durante los gobiernos democráticos–, Osvaldo Dragún, fue vigilado y controlado, por su supuesta condición de sujeto “de ideas extremistas”.
CHAJARÍ, EN ESCENA
FOTO: GRUPO DE TEATRO INDEPENDIENTE HABEAS CORPUS (1977):
Parados (de izquierda a derecha): Carlos Paniagua, Ana María Baum, Fabián Cúneo, Patricia Slobinsky y César Arbelais.
Sentados (de izquierda a derecha): Marcelo Martene, Roque Baloni, Chito Montiel (Director), Roberto Cabot, Adriana Pintos, Marimar Fassi y Juan Carlos Pintos.
En Chajarí, la localidad pujante, se exhibió la obra de un personaje maldito, como lo era Dragún para los milicos, en plena Dictadura Militar. Por ese simple, pero impactante acontecimiento, merece ser recordado este evento cultural, que no fue concretado con intenciones transgresoras ni mucho menos “revolucionarias”, por parte de su director o de los protagonistas. Pero sí hay que reconocer, que el nombre del Grupo teatral: Habeas Corpus, era por demás sugestivo: parecía –no lo afirmamos, simplemente es una hipótesis– un mensaje declamativo hacia todo el país, y hacia el mundo: que aparezcan los cuerpos de los desaparecidos. Los recursos judiciales de habeas corpus, se interponían en todo el país, y ya se hablaba e informaba de las crueldades que se estaban cometiendo, en distintas regiones, por parte de los tristemente célebres “grupos de tareas” y demás organizaciones paramilitares. Acercándose el año en que se disputaría el Mundial de Fútbol, la prensa internacional intensificaba las críticas sobre la violación de los derechos humanos en Argentina.
En la subzona que abrazaba al Departamento Federación –donde se sitúa Chajarí-, los “plumas”, los “solapas”, los “orejas de goma”, y los “ojos de vidrio” (motes adjudicados, en la jerga castrense y policial, a los agentes de las respectivas áreas de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas y de seguridad, en que estaba dividida la jurisdicción militar de fiscalización, contralor y de acopio de información), siguieron de cerca este acontecimiento. Indudablemente, habrán dejado de preocuparse del asunto, cuando tomaron conocimiento de que el Grupo de Teatro Independiente, poco después del estreno del Santa Rosa, se disolvió.
Se disolvió, pero antes, había hecho historia. Algunos de sus integrantes reconocieron que quedaron marcados por este evento, por muchas circunstancias, que no vienen al caso. Pero de algo están seguros, cultivaron la fraternidad en el seno de un grupo, en pos de lograr sumar un aporte cultural a la región, trayendo a escena una obra trascendental para la generación del 60, en adelante, en la cual se mostraba sin tapujos –haciendo Teatro Realista– el convencionalismo sectario, retrógrado y vergonzante, de la discriminación social en el ejercicio del amor puro y honesto.
¿Quién no fue testigo de varias historias de esta naturaleza? Eran muy comunes los romances entorpecidos por el tabú de la diferencia social, incluso en ciudades pequeñas. La máxima familiar de la gente paqueta era: “Los pobres, con los pobres. Los ricos con los ricos”. La segregación al palo: ¡vaya si costaba cortar de raíz la mala hierba en los jardines floridos!
Ni qué hablar de lo que pasaba, similarmente, en el ámbito militar, dado que aquí también cundía la discriminación, en el fascinante juego del amor. ¿Se acuerdan? Los jóvenes oficiales con las chicas de familias selectas del poblado, y los zumbos –suboficiales– con las chicas de extracción popular. ¡Flor de informe ambiental ordenarían labrar los jefes, si algún miliquito osaba pasar la línea simbólica del cerco sentimental!
EL AUTOR, EN EL EXILIO
Cuando Osvaldo Dragún tomó conocimiento de la presentación chajariense de su obra teatral, en 1977, continuaba en el exilio:
Alguien, escapado de apuros, desde Buenos Aires a Montevideo, y de allí a México, cuenta que Dragún, al escuchar lo que le comentaron unos amigos entrerrianos que también, por esos meses, se habían ido del país, dijo:
–Aquí, agonizo –y apuntando al Sur, con su mano izquierda, agregó–; allá, en cambio, algo de mí, aún sigue viviendo…
Y se sumió en un prolongado silencio.
Sus ojos, en tanto se entrecerraban, se iban humedeciendo.
–Parece mentira…Mientras Buenos Aires ya está totalmente infectada –agregó su confidente–, en Chajarí todavía parece que se puede respirar a pulmón abierto.
Era de madrugada. La ciudad de México, simulaba que dormía. Pero no: seguía en alerta, custodiando a miles y miles de exiliados sudamericanos.
Cuando un migrante, huye de su hogar, pareciera que guarda, en todo momento, una llave simbólica de sus sueños más preciados, en su bolsillo o en su cartera:
Cuando la presta, puede ser que sucedan esas cosas:
“Un grupo de talentosos aficionados del teatro chajariense, osaron protagonizar una obra polémica, de uno de los más galardonados y prestigiosos autores teatrales de la Argentina”, como dijo un locutor paranaense, en su emisora, por aquellos años.
Esos jóvenes: ¿estaban despiertos o en ese estado intermedio, de la vigilia, en cuasi ensoñación; a punto de que los atrape una porción del sueño de Dragún y otra, de los propios?
EPÍLOGO: LA MUERTE
«Murió ahí mismo, sentado en una butaca al lado de su esposa Beatriz», recordó Roberto Tito Cossa, dramaturgo de relevancia nacional. Se refería a la muerte de Osvaldo Dragún, para ese entonces director del Teatro Cervantes, ocurrida a los 70 años, el 14 de junio de 1999. Un paro cardio-respiratorio –que él lo esperaba hace tiempo, consciente de su precario estado de salud– lo fulminó en un cine-teatro de Buenos Aires.
Pero, otros testimonios dan por tierra con esta información, como si la vida y trayectoria de Osvaldo se hubieran trastocado con la magia y la ficción, imitando a sus propias obras teatrales:
-Él estaba en el hall del Cine Gran Splendid, cuando se descompuso –dicen otras voces. Y no hablan de ninguna butaca, sino de un ser doliente que estando de pie, de pronto se cae.
¿Cuántas versiones habrá de su muerte?
“-Aquí, agonizo –y apuntando al Sur, con su mano izquierda, agregó-; allá, en cambio, algo de mí, aún sigue viviendo…”, decía Osvaldo, una noche. Y parece que ese comentario se repite y se vuelve a repetir.
Osvaldo, se equivocó a medias: revivió una noche en el Club Santa Rosa, de un pueblo entrerriano, mientras padecía la crueldad del exilio, allá, muy lejos. Luego, traería su agonía, a Argentina.
Él ya estaba muerto, esa noche cuando entró al cine porteño, del brazo de su esposa. A la derecha, Beatriz, su compañera. A la izquierda –esa izquierda romántica y sensiblera-, su muerte –su otra acompañante– lo tomaba muy fuerte de la mano, oronda y sonriente:
–Esta noche, sí que será nuestra –le habrá dicho.
Como siempre, él habrá simulado que no la escuchó.
Y ella, cumplió su faena, apenas poco después de las 18:20.
POR MARCOS RAÚL MOLARES
(Fragmento del libro inédito “Historia de Entre Ríos”, cuya autoría corresponde al abogado e historiador chajariense, Marcos Raúl Molares)
MARCOS RAUL MOLARES
ALMIRANTE BROWN 1433 (DOMICILIO ALTERNATIVO) CHAJARI. E RIOS.
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DNI 13.632.518
ABOGADO – HISTORIADOR