Ubicado a 45 kilómetros de Santa Rosa (La Pampa), se volvió un atractivo turístico en tiempos de distanciamiento social. Conocemos su historia a través de la dueña del único hostal de la localidad.
Jessica Pundang es administradora del hostal Naicó y quien recibe a los visitantes de esta pequeña localidad pampeana ubicada a 45 kilómetros de la capital provincial. Su nombre en mapuche significa “manantial que baja” y llegó a tener 600 habitantes en su período de apogeo.
Naicó es un pueblo que vivió y creció al ritmo del ferrocarril. Pertenece al departamento de Toay y se encuentra cercano a Quehué, la Reserva Natural Parque Luro y Ataliva Roca, municipio del que forma parte.
Concebido en forma de “T”, este paraje que alberga a la estación ferroviaria del mismo nombre, fue fundado el 28 de mayo de 1911 por Fortunato Anzoátegui, un empresario uruguayo que se dedicaba a la compra y venta de lotes. La última vez que circuló un ramal del ferrocarril fue en 1976 y cuentan que desde la década del ‘30 una serie de sucesos forzaron el éxodo que hoy identifican al pueblo como el menos poblado de La Pampa, con sólo 3 habitantes.
En tiempos de distanciamiento social, este tipo de localidades casi sin habitantes permanentes se vuelven un atractivo por su silencio y tranquilidad y porque permite a los turistas circular con esa liviandad que no tiene lugar en las grandes aglomeraciones urbanas. El hostal de Jessica, en el que vive en temporada alta con su esposo y sus dos hijos, recibe a los curiosos con comida casera y paseos para conocer las ruinas de lo que fue la comisaría, la iglesia y otras edificaciones con peligro de derrumbe que marcan hasta donde llegó el progreso en esta pequeña comunidad.
“El hostal es un emprendimiento familiar. La pandemia nos agarró viviendo aquí y pudimos trasladarnos con permisos de trabajo porque tenemos animales que cuidar”, nos cuenta una de los habitantes semi permanentes del lugar.
Para aprovisionarse de alimentos y otros artículos viajan a Santa Rosa, así como para comunicarse ya que en Naicó hay poca señal de internet y de celular, lo que lo convierte en un lugar ideal para descansar y dejar de lado el stress.
Quienes arriban a este paraje, pueden disfrutar de amaneceres con planicies inspiradoras, degustar un desayuno campestre y realizar una caminata o cabalgata por el castillo del Parque Luro, visitar el Puente Negro, el único puente ferroviario de la provincia que conectaba con el puerto de Bahia Blanca o la escultura de la Virgen del Valle donde cuentan hubo apariciones y eventos milagrosos. A la noche, entre picada, cordero, escabeche de jabalí y flan casero, el turismo interno, de paso, cordobeses y puntanos, eligen este lugar para sus reuniones familiares en pandemia o para conocer la sencillez y quietud de un recorrido rural.
De 600 a 3 habitantes en menos de cien años
El pueblo de Naicó fue declarado de interés histórico y turístico en el año 2016. De esta manera, la mayoría de las tierras pasaron a ser administradas por el municipio de Ataliva Roca. Quienes poseen emprendimientos en el área, se dedican a la siembra de maíz y trigo, la cría de ganado vacuno y caprino y hay loteos que se explotan como cotos de caza de jabalíes y ciervo colorado.
La fecha de fundación del pueblo, como sucede generalmente, no contempla a los pobladores originales, que en un aparente equilibrio entre inmigrantes del Volga y criollos, se dedicaban a la cría de ovejas y a la explotación de leña y madera de caldén.
Tampoco en aquel censo que dio el número máximo de habitantes en 600, se contaron a los peones y aborígenes que trabajaban en los campos.
En 1897, llegó el ferrocarril con el objetivo de extenderse hasta Villa Mercedes y Río Cuarto. Lamentablemente, el proyecto no prosperó, pero la historia registra la visita de importantes personalidades a la zona del Parque Luro con fines cinegéticos, que arribaban en lujosos vagones y gozaban de especiales atenciones. Esta actividad mantuvo vivo durante un tiempo al ferrocarril, hasta que el transporte de pasajeros se discontinuó, quedando sólo el de carga hasta el año 1991.
Setenta familias de colonos se asentaron en lo que se llamó “Ministro Lobos – estación Naicó”, una comuna de hacheros que trajo aparejados algunos inconvenientes para el trazado de caminos, que se aprecian hasta la actualidad, sobre propiedades privadas para facilitar la circulación y provisión de alimentos e insumos.
Luego abrió la escuela, la estafeta postal, el destacamento policial y más adelante el juzgado de paz, hasta la aparición de la comisión de fomento en el año 1927.
Durante la época próspera, circularon 40 vagones diarios con 30 toneladas de leña cada uno, que fueron desapareciendo con la llegada del gas y el diesel. La crisis económica del ‘30, junto a la apertura de rutas comenzaron a opacar el uso del ferrocarril, sumado a una especie de plaga bíblica y sequía que dio comienzo a la decadencia en Naicó.
Tras la Segunda Guerra Mundial, un breve período de apogeo abrazó al pueblo por la escasez de carbón. La leña de caldén expandió las hachadas y de esta fecha data el viejo molino que dotaba de agua a la población. Pero desaparecida esta actividad principal, llegó el profundo ocaso a pesar de la introducción de maquinaria agrícola, la cría de ganado con razas con pedigree o Shorthorn que traían de Palermo.
El hostal Naicó es producto del auge de la caza mayor, cuando se levantó un hospedaje para cazadores que actualmente tiene capacidad para 16 personas.
Algunos dicen que una gran porción de la población se endeudó económicamente y esos emprendimientos rurales comenzaron a desaparecer. Otras voces indican que un sacerdote vino a prometer tierras en el Chaco y esos colonos que veían la agonía del ferrocarril migraron en busca de una mejor calidad de vida y formaron el barrio Eva Duarte en el norte del país.
Las ruinas de la iglesia, los galpones donde se hacían las matinés y se proyectaban películas, dan testimonio de una comunidad que sembraba, criaba animales y se movía en bloque. Las historias quedan marcadas en las paredes en ruinas de los pocos edificios que aún quedan en pie, luego de fuertes vientos y el salitre que no da tregua al paso del tiempo.
Quizás don Matías Alberto Kin tenga todavía alguna historia. En el pueblo saben que es un hombre de pocas palabras y sale poco. En sus épocas mozas, esperaba que la maestra llegara para aprovisionarse tras el cierre del almacén de Ramos Generales.
Jessica brinda recorridos a sus huéspedes en un circuito lleno de anécdotas que fue recopilando. Desde la cocina se esmeran para ofrecer una experiencia rural completa y extranjeros, familias y jinetes van llegando al lugar cada año y disfrutando de una amplitud térmica que en verano puede llegar a los 40 grados y en invierno, con las nevadas, puede alcanzar los 16 grados bajo cero.
Sin dudas, este paraíso lleno de ruidos naturales ofrece todos los condimentos del turismo de estancias en combinación con la quietud pampeana y la hospitalidad de la gente de campo con sus sabores e historias. Vale la pena adentrarse en sus misterios.