Desde el inicio de la pandemia cada día para su auto a la vera de la ruta cerca del kilómetro 952, en el acceso a Las Catitas, Mendoza. “Le pongo alegría y voy para adelante siempre”, le contó Carolina a TN.
Carolina Tonon es la primera artista plástica recibida en Las Catitas, departamento mendocino de Santa Rosa. Mientras estudiaba, daba clases para solventar sus gastos, pero le pidieron el título de profesora y años más tarde también se recibió de docente de Plástica y Artesanías.
Hace unos años es jubilada, pero la pandemia y la situación económica del país la empujaron a rebuscarsela para llegar a fin de mes porque su sueldo no alcanzaba. Así que, con su alma creativa y con amor, decidió salir a vender café y tortitas calientes en la ruta cerca del kilómetro 952, en el acceso a Las Catitas.
“Yo no pido que me regalen nada. Mis padres me enseñaron que hay que trabajar para comer y hay que salir adelante así”, dice, con orgullo, en diálogo con TN.
La rutina de Carolina comienza bien temprano. A las 4 de la mañana prepara los termos con café, agua caliente y leche. Diego, su marido, suele ayudarla con la organización, su hijo Lucas se encarga de ir a comprar las tortitas frescas y caseras en bicicleta y luego su hija Ivana compra los vasos o repone los materiales que hacen falta. Trixie, la más chica, estudia en Villa Mercedes y da una mano cuando está.
Para las 5 o 5:30, la mujer de 62 años estaciona su Renault 9 blanco modelo 94 con un cartel que tiene luces led y brilla: “Café”. Al ratito, empiezan a desfilar los clientes por el puesto. Si Carolina se atrasa unos minutos, siempre alguno le reclama: “¡Hoy te quedaste dormida, eh!”.
No hay fin de semana ni feriados. Tampoco deja de trabajar si llueve, hace calor o cae granizo. Todos los días está allí con su mejor sonrisa y varios termos para contentar a sus clientes que, en un 90%, son camioneros. “Cuando empecé, fue tiempo de pandemia y a los camioneros no les daban ni un vaso de agua. Yo era la única que estaba y empezaron a conocerme de a poco. Ahora vienen derechito a buscarme”, cuenta Carolina y aclara que tiene una habilitación para vender en el lugar.
En ese sentido, muchos le preguntaban si no le daba miedo contagiarse cuando la pandemia estaba en su peor momento: “‘Tené cuidado, fijate’, me decían, pero les hacían tantos estudios que si salían a la calle es porque no tenían coronavirus. Igualmente, siempre con barbijo, alcohol en gel para cuidarnos”. Respecto a la seguridad, relata: “Eso tampoco me da miedo. Siempre viajaba a dedo para ir a dar clases y a la facultad y a algunos los conozco. Pero yo me encomiendo a Dios y por suerte, en estos tres años, nunca me pasó nada”.
“Uno brinda confianza y ellos valoran”, reflexiona sobre los camioneros que la visitan a diario. Y agrega: “Soy como su psicóloga, vienen, toman su café y me cuentan cada cosa. Siempre destacan el trato porque dicen que nadie los recibe bien”. Para ella, además de esperarlos con chistes y cosas ricas, la calidad de la infusión es fundamental.
Carolina precisa que los feriados patrios suele tener preparados detalles: para el Día de la Bandera, regala stickers y viste el auto de celeste y blanco. Para el Día de la Escarapela, lleva stock para repartirle a cada uno. Incluso, para Navidad, prepara mini pan dulces: “Es un mimo, un detalle que hace la diferencia”.
Para las fechas patrias, tiñen el puesto de celeste y blanco.
“Es luchadora, es detallista y es un ejemplo a seguir, mi orgullo. Me pone contenta y nosotros estamos atrás de ella por si necesita algo. Es colaborar en lo que hace”, destaca su hija Ivana.
Su corazón está dividido en dos, cuenta, ya que durante su infancia y adolescencia vivió en San Salvador, Entre Ríos. Años más tarde, volvió a Las Catitas donde estudió, tuvo a sus hijos y dio clases toda su vida.
Lamenta tener que trabajar pese a estar jubilada, pero recuerda lo que sus padres le enseñaron: “Hay que ponerle el pecho a la situación. Mis papás son italianos y me criaron que hay que comer lo que hay, sin chistar. Si me preguntas, no quiero un plan, porque siempre me dijeron que para comer hay que trabajar. Entonces salgo a vender café y no me quejo porque es lo que me hace que podamos sobrevivir. Le pongo alegría y voy para adelante siempre”, concluye, mientras se escucha de fondo el bocinazo de un camionero amigo.