“Me siento como en casa”: la emotiva historia de una rusa que vive en Entre Ríos

Svetlana Zajarova tiene una hija y una nieta, viven en Paraná y llegó desde Rusia hace 18 años. Caído el Muro de Berlín, los 90 fueron duros en la ex-Unión Soviética y les ofrecían, por 5.000 dólares, viajar a Argentina y usar al país como un trampolín para llegar a Estados Unidos, a Canadá o a Australia. Pero esta mujer se enamoró, primero del país, después de su actual marido, y decidió quedarse. Hoy, cuando entra a su casa, deja los zapatos a un costado, prepara café turco y en la heladera tenía guardado un vodka de primera.
Vive en un departamento cerca de avenida Francisco Ramírez, habla un castellano claro, aunque le cambia algunas letras en determinadas palabras cuando se apura a contar algo y si uno quiere conocer cómo llegó a Paraná, abre su historia, la de una mujer que salió al mundo a dar pelea; la de su país, uno que lleva presente y ama; y la de Argentina, un pedazo de tierra en el cono sur que le dio la oportunidad de ser feliz.
Contó que llegó con su exmarido y su hija, una niña que entonces, hace 18 años, tenía apenas 7. Un lustro después obtuvo la ciudadanía y trabajó en un restaurante en Buenos Aires. Es abogada Criminalista para la Policía Forense de Rusia, así se denomina su título, pero estuvo más de un año para poder validarlo y la falta de un sello no se lo permitió. Pero no se quedó ahí, hizo la escuela Secundaria argentina en ocho meses y se recibió luego de licenciada en Comercio Exterior.
Un día se desmayó, porque es diabética, y volvió en sí ante su actual marido, su ángel de la guarda, el hombre que la ayudó, del que se enamoró, un tal Américo Valente. Y a propósito del Mundial que empezó el jueves, estaba sorprendida por el resultado ante Arabia Saudita y el desempeño del equipo ruso, y en este caso el fútbol fue la excusa para hablar de las costumbres de este país tan lejano como influyente en la vida política del planeta. Svetlana contó que los rusos cuando visitan una casa llevan algo de regalo, desde flores hasta vodka, toman un trago de la bebida antes de empezar a charlar, como si fuera el mate, para romper el hielo. “Con el fernet te emborrachás mucho más. Yo tomo fernet 80 a 20 y no 20 a 80 como hacen acá”, dijo con picardía y entre risas.
Esta mujer lleva en la mochila de sus años a una Unión Soviética en plena Guerra Fría, a la caída del Muro de Berlín y a la lucha por una vida mejor. La ciudad desde donde partió para llegar a Argentina y donde viven su familiares se llama Jarcov y quedó del lado de Ucrania, lo que significó todo un gran problema. “La vida allá era un desastre. Éramos como abandonados, al pueblo no lo quería nadie. No había ni papel de toilet. Estamos hablando de año 1991 al 1993, en 1994, esa época. Era un desastre. No te hablo de que no había comida, pero había papa y pan y nada más, ni jabones para las manos y no era un época de guerra”, dijo.
En ese momento apareció esa posibilidad de viajar a Argentina. “Me encantó el país, la gente, me siento como en casa. Decidí hacerme ciudadana”, agregó. En Paraná trabajó para una empresa local, pero luego empezó a dar clases de ruso y hoy continúa con esta labor en el Instituto de Idiomas Giácomo Leopardi de la Sociedad Italiana. Empezó con 12 alumnos, le quedan cinco, varios ya están disfrutando del Mundial; dado el éxito y el interés seguirá con esta tarea.
Más allá de su vida en el país y de lo rápido que aprendió el castellano, hay aspectos de la cultura rusa que rescata y que lleva adelante en su vida diaria. “En Rusia hay más que 190 grupos étnicos, son budistas, musulmanes, ortodoxos, judíos, pero jamás van a entrar a una casa y dejarse puestas las botas. Siempre tenemos pantuflas. Hoy, nuestros amigos, cuando vienen a visitarnos ya saben y se sacan los zapatos”, contó.
“Después, los rusos respetamos muchísimo a nuestros mayores. Es algo obligatorio: si entra alguien mayor, los chicos se levantan y le dan el lugar. También hay mucho respeto por los veteranos (de guerra) porque la Segunda Guerra Mundial la ganó la Unión Soviética. Estados Unidos no estaba ni cerca, eso es pura propaganda yanqui. Fueron los soviéticos quienes pusieron la bandera en Berlín, ni siquiera llegó ayuda desde Estados Unidos y por eso a los veteranos se los respeta mucho”, contó.
También habló del servicio militar obligatorio y de que las mujeres siempre están arregladas. “Saco la basura y me pinto los labios. Todavía sigo igual, somos así”, agregó. También habló de Lenin, de la revolución, de los intelectuales y el pueblo, de Stalin, de la ruleta rusa, de la historia soviética, de la disciplina, de Brézhnev, de la escuela, de los 70 y los 80, de la Guerra Fría. Svetlana tiene además muy buena opinión sobre Vladimir Putin: “Inició el Mundial y subió el mínimo de las jubilaciones. Paga por cada bebé nacido 5.000 dólares y 15.000 dólares por el segundo, apoyó a las parejas jóvenes. Hay gente que habla mal, pero Rusia creció en estos años en que yo me vine a vivir acá. Es una máquina y siempre piensa en el pueblo”.
Esta semana el aborto fue el tema central, y sobre eso Svetlana también ofreció su opinión: “En Rusia el aborto es libre y gratuito como en varios otros países. No sé por qué hubo cuatro meses de debate, pero que decidan las mujeres lo que quieran hacer, y que den permiso a los médicos de trabajar bien, no es matar a ningún bebé y esas cosas. Creo que es más una cortina de humo para que la gente no piense en otra cosa en este momento que no tiene para comer”.
Pero además de seguir dando clases de ruso, el 6 de julio, a las 17, en el Instituto participará de un Café Cultural donde cada idioma presentará algo que lo caracteriza y sus alumnos leerán poesía rusa. Espera que entonces esté presente alguien de la embajada porque ella abrió hace muy poco una Casa de Rusia –tiene una cuenta de Facebook desde donde invitan a las actividades que realizan– con el objetivo de convertirse en una representante de la cultura. Traerá, junto a otros que la acompañan, a artistas rusos a Paraná, grupos folclóricos, músicos, cantantes, ofrecerán artículos decorativos o tradicionales como las matrioshkas –mamushkas– chocolates, vodkas, vestimenta y realizarán encuentros gastronómicos.
Esta mujer, que asegura ya soñar en castellano, dijo que es muy patriota, tiene a Rusia entre sus pedestales y a la Argentina entre sus amores. “Lo importante en cualquier país es la educación. Si se piensa solo en fútbol no hay futuro”, dijo con claridad en la fría tarde del jueves, el mismo día en que empezó el Mundial. Fuente: Diario Uno