Lo bueno y lo malo del campo, relatado por dos hermanos tamberos que se iniciaron desde cero

Instalaron un tambo en 2018 sin saber cuánto iban a poder crecer. Hoy cuentan con 201 vacas en ordeño, manejando las pasturas y la oferta de silo.

Lucila y Julián transformaron la producción del campo familiar y hace un año y medio viven la aventura cotidianda del tambo.

Entre San Carlos y Gálvez, en el departamento santafesino de Las Colonias, está Gessler. A pocos kilómetros del pueblo, los Imhoff esperan con el mate preparado y la charla dispuesta.

Lucila, Paula, Pilar y con siete años de diferencia Ignacio y Julián, son los que componen la empresa, pero el manejo recae en la mayor y el último de los gemelos, que ahora le alquilan la tierra a su padre.

Entre pendientes y ondulaciones, la cañada hasta el arroyo Colastiné les da un paisaje distinto, pero con buenos accesos como ventaja más allá del terreno improductivo.

En la casa donde vivieron de chicos, con padres profesionales del campo, pasan las jornadas de trabajo, recuerdan esos años y los posteriores en los que la tierra, 140 hectáreas productivas de los bisabuelos maternos, se dedicaba a la ganadería de carne como la base para lo que hace un año y medio se transformó en tambo.

De aquellas ocho vacas para el rodeo de cría ganadero con las que se iniciaron sus padres y lo hicieron crecer, hace seis años que empezaron a definir una mutación hacia la lechería, acompañados por el grupo CREA Centro-Oeste santafesino, que tiene ocho empresas tamberas de las 11 que lo componen.

“Hicimos un trabajo planificado porque la rentabilidad en la ganadería no era buena. En la primera reunión de CREA nos plantearon instalar un tambo. A Lucila siempre le había gustado, yo nunca me había metido en el tambo, pero hoy haciendo esta actividad me encanta, así que arrancamos, con la idea de generar dentro de las hectáreas propias una actividad que genere volumen de facturación y renta, similar a salir a alquilar unas 800 hectáreas para agricultura”, reconoce Julián.

El es el que muestra todos los días en Twitter lo bueno y lo difícil del tambo, a la gran comunidad del #campo en la red, donde a veces se lo puede ver a Ignacio.

La idea de cambio productivo venía de 2007, pero la inundación histórica se llevó el proyecto.

“Teníamos el rodeo de vacas de cría y ya habíamos dejado de hacer el ciclo completo y la reposición. Fuimos vendiendo la invernada, las madres y nos fuimos achicando”. En 2016 con la otra inundación, el agua de la cañada subió y los empujó al cambio, sumado a la pérdida de su mamá un año antes, que era la que quería sostener al ganado de carne. El cambio de composición en la empresa no les permitía tener carpeta bancaria para pedir créditos, no había balances para presentar y así se demoraron las inversiones.

Compraron 30 vaquillonas holando para dar servicio, sin ninguna instalación, por eso a la primera que inseminaron en el campo la vendieron porque no había donde ordeñarla cuando iba a parir.

De a poco compraron la ordeñadora, los bretes, los comederos automáticos y el equipo de frío, con excedentes de cereal, que esperaron la instalación hasta comienzos de 2018 cuando consiguieron un crédito que les permitió construir la sala de ordeño, prolija, alta y con un amplio corral de espera, armada con 12 bajadas, pero con lugar para 16 a futuro. Fuente: Agrofy