Oscar Bopp nació en Lucas González, Entre Ríos. Desde chico trabajó para poder ayudar a su familia y no terminó la escuela primaria. Hizo hasta 3er grado y cuando creció supo que eso lo condicionaba, pero empezó a rebuscárselas hasta que logró su cometido: tener una parrilla.
Actualmente es el dueño de “Los Talas del Entrerriano”, un restaurante parrilla que está ubicado en Av. Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas 1391, en José León Suárez, provincia de Buenos Aires. El local es grande y siempre está lleno de turistas y lugareños que van a disfrutar de las promociones de carne asada. Ahora parece un lugar indiscutible, pero llegar hasta ahí no fue fácil.
Bopp, dueño de la parrilla, contó a Clarín: “Yo a los 7, 8 años ya trabajaba de peón, de boyerito, para trabajar en los tambos fui creciendo así”.
“Fui comiendo asado cuando había, yo me críe pobre, gracias a Dios”, aseguró el oriundo de Lucas Gonzáles y comentó: “Cuando hice la colimba me fui para Entre Ríos y mi padre había fallecido, entonces yo me hice cargo de las 25 hectáreas en donde nos habíamos criado, pero eso era pan para hoy y hambre para mañana. Mejoré el tambo y todo, pero resulta que después no pagaban nada y me cansé”.
El cansancio llevó a Oscar a tomar otro rumbo, así que decidió no solo dejar la ciudad, sino también la provincia. “Yo tenía 25 años, 3 pibes y me vine acá a Buenos Aires a trabajar en fábricas, pero resulta que no podía entrar en ninguna porque tengo hasta tercer grado, así que un día mi cuñada me dijo ‘ponele quinto’, le puse quinto y entré”, explicó, sobre la búsqueda de futuro en otra provincia. “Entré en una textil de acá, de José León Suárez y ahí trabajaba 8 horas, pero era un descanso, yo estaba acostumbrado a trabajar en el campo”, aseguró.
El entrerriano también sacrificó parte de sus pertenencias para poder radicarse definitivamente en el lugar en donde hoy tiene su emprendimiento. “Me hice una casa en frente de la parrilla, vendí mis caballos y todo para poder hacerla”, indicó y agregó: “Vino el portugués y me dijo para trabajar, así que terminaba en la fábrica y trabajaba en una quinta. En la fábrica estuve 10 años y nunca llegué tarde. Iba a trabajar allí y luego salía e iba a la quinta, pero también hacía jardines”.
“Yo iba a centros tradicionalistas, al Lazo de San Isidro y me gustaba ayudar a la gente grande. Ahí aprendí, entonces para los años 80 me arreglaron en la fábrica y con esa platita me compré un baqueano, empecé a levantar la basura de las fábricas y medio que me convertí en un ciruja”, contó entre risas.
Hizo el trabajo de recolección de basura durante unos 5 años, pero luego llegó la oportunidad de dejarlo y decidió poner un puesto de venta de choripanes. “Fue un rebusque más. Empecé afuera con poco, dejaba eso y me iba a vender kerosene, no vivía de eso solo”, recuerda el entrerriano y acota: “A medida que me sobraba, guardaba dinero e iba haciendo el local. Me ayudaban mi hija y unos pibes de acá, unos chicos grandecitos”.
No todo fue color de rosa para Oscar, en medio de la construcción de su local sufrió algunos embates. “Fui mejorando, después me clausuraron, me hicieron la vida imposible, pero se las gané a todos, gracias a Dios”, afirmó y describió: “Todavía me acuerdo bien que les dije que iba a hacer tipo un quincho y me dijeron que no, les expliqué bien cómo era y dijeron que sí”.
“Los parrilleros que tengo los hice todos yo”, contó entusiasmado, mientras recordaba que estuvo 15 años dándole forma a lo que soñó. “La gente me enseñó que no dejara, porque lo último que se iba a terminar era comer acá en la Argentina y yo pensaba si era verdad o no eso, y era verdad lo último que se va a terminar es comer”, concluyó.
Fuente: Clarín