La bajante del río dejó al descubierto una historia trágica

La bajante del Paraná reveló en la orilla santafesina restos de una camioneta hundida hace 18 años. En el accidente murieron 5 paranaenses. Historia del hecho.

El último hallazgo que descubre la bajante a la altura de las capitales entrerriana y santafesina es una camioneta hundida a comienzos del año 2003, en la que una familia paranaense regresaba de un día de pesca y que, producto de un recordado socavón que se “tragó” un tramo de la ruta 168, cayó al agua. Dos sobrevivientes y cinco víctimas fatales fue el saldo humano del trágico hecho que hoy se remueve en la memoria con la aparición de los restos del rodado.

El descubrimiento lo hicieron tres kayakistas paranaenses, Jesús Pesoa, Diego Borgobello y Claudio Rodríguez, que remaban sobre la margen santafesina del río y se toparon con el conjunto de hierros oxidados. “El sábado pasado salimos del Club de Pescadores y fuimos a pescar al Socavón. Cuando emprendimos el regreso río arriba para cruzar a la isla Puente pasamos muy cerca de la costa y vimos la rueda, el motor y el chapón del motor”, relató Pesoa a UNO. Y entendió que “la otra parte de la camioneta creemos que debe estar enterrada en la arena o abajo en el agua”.

Todo indica que la camioneta en cuestión es una Ford Dodge en la que se trasladaban, el jueves 6 de febrero de 2003, Marcelo Zapata, su pareja Soledad Martínez; tres niños: Brian y Jaqueline Martínez, y Daiana Ortiz; y los abuelos Rosario González y José Pascua. Los dos chicos de apellido Martínez eran hijos de Soledad. La joven era hermana de la niña Ortiz y, ambas, hijas de Rosario González. Los siete habían tenido un día de pesca a la orilla del río que terminó de la peor manera, con los abuelos y los menores fallecidos y sólo la pareja sobreviviente, luego de que el vehículo cayera al río producto del socavamiento de la ruta 168.

Hacia las 6 de la tarde de aquel caluroso jueves de febrero un tramo de 100 metros del enlace vial que une Paraná y Santa Fe cedió ante la erosión del río y el asfalto se desmoronó. El gran socavamiento se produjo un kilómetro antes de llegar, desde la capital santafesina, al peaje del Túnel Subfluvial. Ocurrió en una zona conocida como la Curva de la Virgen, sitio en el que tiempo antes había una ermita de la Patrona de Guadalupe y donde la ruta pasaba cerca de la orilla.

Un automovilista se encontró con el socavón y dio aviso a la Policía. Después se supo que minutos antes había pasado un colectivo de larga distancia lleno de pasajeros. Por una cuestión de tiempo la desgracia no fue mayor. Efectivos policiales arribaron al lugar y desplegaron un operativo de desvío del tránsito, muy nutrido como siempre en la ruta que une las dos ciudades costeras. Sólo quedó habilitado el paso por el carril Paraná-Santa Fe. El problema del procedimiento fue que los policías no recorrieron la zona para evacuar a los ocasiones paseantes o transeúntes.

Los paranaenses, por su parte, nunca se percataron del socavamiento ni del operativo de tránsito en marcha. Continuaron pescando y recién cuando cayó la noche decidieron guardar todos los petates de la jornada y emprender el regreso.

Según consta en las crónicas de aquellos días de febrero de 2003, la pareja Marcelo Zapata, de 42 años, y Soledad Martínez, de 23, subieron a la cabina de la Dodge y los niños Brian, de cuatro años, Daiana, de 10, y Jaqueline, una bebé de apenas un año, junto a sus abuelos José, de 62, y Rosario, de 60, se ubicaron en la caja de la camioneta, que estaba cubierta con una cúpula. La cobertura de la parte trasera del vehículo fue determinante para el desenlace del hecho.

La noche había caído y eran cerca de las 20 horas. Testigos del suceso, según se lee en las notas periodísticas del momento, afirmaron que “no se veía nada”. La camioneta salió a la ruta y Zapata nunca vio que la traza terminaba a pocos metros. De hecho, se dijo en ese entonces que vio las luces de la Policía pero creyó que se debían a un choque o accidente automovilístico. La camioneta cayó al agua, en un punto donde el río tenía en ese momento 10 metros de profundidad. En medio de la oscuridad, Zapata y su pareja Soledad lograron salir de la cabina de la Dodge, pero los abuelos y los niños quedaron atrapados en la cúpula y no pudieron salir más.

Bomberos, prefectos, policías y personal del Tunel Subfluvial acudieron ante la caída del vehículo y rescataron a la pareja, que fue trasladada e internada, en estado de shock, en el hospital Cullen de Santa Fe. Buzos tácticos de la Policía santafesina trabajaron toda la noche hasta que lograron recuperar, recién a la mañana siguiente, los cinco cuerpos.

 

Dolor y polémica

Camioneta-2

En la edición del diario Uno del 8 de febrero de 2003 se lee: “Zapata es albañil, mientras que su mujer está incluida en los planes Trabajar, en un emprendimiento que se lleva a cabo en el barrio Mosconi de la capital entrerriana. La pareja con los dos chicos de ella vivían en una casa de calle República de Siria”. El barrio La Floresta, al oeste de la capital entrerriana, quedó conmocionado con la noticia del trágico hecho.

En la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe fueron velados los cuerpos de la abuela, el niño y las dos niñas, que luego fueron sepultados en el Cementerio Municipal. Gran cantidad de gente del vecindario se congregó para despedir a las victimas del “socavón”. El abuelo Pascua, en tanto, fue inhumado en Santa Fe, de donde era oriundo.

Además del dolor vecinal y familiar, el hecho provocó un escándalo político entre las administraciones provinciales de ambas costas del río, encabezadas por Carlos Reutemann en Santa Fe y Sergio Montiel en Paraná, y el gobierno nacional de ese entonces, a cargo de Eduardo Duhalde. Las repercusiones de la tragedia, políticamente, se convirtieron de inmediato en un reparto de culpas y pases de factura sobre quién tenía la responsabilidad del derrumbe. Y, por ende, de las muertes que provocó.

La Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral había emitido un tiempo antes un informe sobre la situación del río Paraná en la zona donde se produjo el socavón, que advertía que “la erosión costera” sobre la traza de la 168 ocurría “desde fines de la década de 1960” e incluso desaconsejaba efectuar infraestructura de defensa, ya que directamente “no significaría una obra segura”.

Más adelante vendría la obra de la autovía 168, inaugurada en 2011, que transformó y mejoró la circulación entre las dos capitales, cada vez más intensa, en especial de automóviles.

Y 18 años y seis meses más tarde, como consecuencia de una bajante extraordinaria y con un horizonte incierto, llegarían las imágenes de una rueda retorcida, unos hierros oxidados y unos pedazos de asfalto derrumbados, todo cubierto de barro reseco y registrado por unos kayakistas, que nunca imaginaron que una travesía más podría remover la memoria de hechos tan sentidos en la historia que une ambas orillas.