Las personas mayores tienen una sabiduría que no se consigue en ninguna parte. Los mayores son una valiosa fuente de experiencia, pragmatismo y serenidad, además de memoria viva sobre los asuntos humanos que nos preocupan. Así podríamos definir a doña Cecilia Nieves Azcona de Díaz, una mujer que el pasado sábado 1 de febrero de 2020 cumplió 97 años de vida, que vivió en gran parte en Colonia La Mora y hoy pasa sus días en General Campos (Departamento San Salvador).
Una vida cargada de sentimientos y una historia que, puede ser la de muchas personas de su edad, pero que no es común ver en los medios de comunicación.
En estas líneas queremos dejar una síntesis de su vida, llena de enseñanzas y entrega hacia los demás, que no está escrita en ningún libro, sino solamente en el corazón de “Doña Cecilia”.
A continuación, reproducimos un posteo de Caro Díaz, una de sus nietas que aprovechó el día de su cumple, para relatarnos esta hermosa historia, que transcurrió mayormente en el campo, y que su abuela aún sigue escribiendo.
Mi abuela, ayer 01/02 cumplió 97 pirulos.
Más conocida como «Doña Cecilia». Nació en un humilde hogar de La Cruz, Corrientes. Eran 10 hermanos.
Luego de casarse vino a vivir a Entre Ríos, más precisamente a Estancia La Negrita de Colonia La Mora. Propiedad de doña Celina Caminal de Garat. Allí crío a sus 5 hijos. Su esposo fue el encargado de la estancia y ella la cocinera.
Diariamente preparaba el almuerzo para unas 30 personas, entre su familia y los peones. Se levantaba a las 3: 00 am para ordeñar unas 25 lecheras. Tarea que le llevaba hasta el amanecer. Luego debía hervir la leche, preparar el desayuno y comenzar las tareas para tener el almuerzo listo a las 12. Después limpiar, una mínima siesta. Y volver a iniciar sus quehaceres del cuidado de los animales, preparar la cena, sin descuidar a sus hijos.
Años después, junto a mi familia, se vino a vivir a Colonia Walter Moss.
Allí, a pedido del maestro don Raúl Capatto, comenzó a cocinar para los alumnos de la Escuela 96 «Crucero General Belgrano» de Colonia Walter Moss. Iniciaron de la nada, con un rudimentario fogón y una olla grande que compró el maestro. A los chicos se les pidió que se llevaran un plato y cubiertos de su casa. Mi otra abuela, doña Elena Silva, solía ayudarla a darles de comer a los 30 o 40 chicos que asistían por esa época, fines de los 70 y principios de 1980.
Don Capatto quiso nombrarla como cocinera escolar una vez que les habilitaron la creación del comedor, oficialmente. Pero ella se negó porque ya tenía la pensión de su esposo fallecido y le estaban tramitando su jubilación. Dijo que le diera el cargo a alguien más que lo necesitara. Así que fue nombrada doña Elvira Bernhardt, viuda de Mohr. Pero cada vez que doña Elvira no podía asistir o estaba enferma, Cecilia iba a suplirla. Siempre de manera gratuita.
Qué más decir de mi abuela…
Allí, en la colonia criaba vacas, ovejas, cerdos, gallinas, pavos, guineos.
Cada una de sus lecheras tenía un nombre. Sabía cómo curar las bicheras de los animales, preparar el calostro (imitaba la primera leche materna de las vacas) para darle a los terneritos que quedaban guachos. Tenía una gran huerta. Hacía riquísimos quesos calabaza. Plantaba a orillas de las arroceras vecinas: zapallos, maíz, pepinos, batatas.
Años después tuvo que venirse al pueblo, cosa a la que nunca se acostumbró. En el campo teníamos una casa humilde, pero con paredes de ladrillo.
Distintos momentos, especiales, en la vida de doña Cecilia.
Aunque su lugar era la cocina anexada, hecha con paredes de adobe y piso de tierra. Ahí tenía su fogón a leña, que no se apagaba jamás. La cocina a gas nunca se usaba.
Por eso, al venir a General Campos, lo primero que pidió fue que le armaran un gallinero al fondo y un fogón en el patio, por supuesto. En él, todas las tardes hacía tortas fritas, sin importar que fuese verano o invierno. Unas tortas fritas peculiares, ya que no eran redondas sino en forma de boomerang; dirían algunos… Según ella, de esa manera absorbían menos grasa, y se freían más rápido.
Jamás salía de su casa, todos los vecinos/as venían a visitarla.
Mientras pudo, no dejó que nadie tocara la cocina, ese era su lugar.
Malcrió a sus nietos haciendo una comida distinta para cada uno: la sopa colada, el bifecito con papas y huevo, tal presa de pollo para uno, tal para el otro; había para todos los gustos.
Jamás quiso que le regalaran ropa, eso era innecesario. Más vale unos caramelos. Que son su debilidad hasta el día de hoy.
La Ceci sigue haciendo chistes picantes, haciéndonos reír. Su memoria ya le falla bastante. Pero por momentos aún recuerda instantes de su vida, como si fueran hoy.
97 años, toda una vida de trabajo.
La imagen principal es de Lucas Minhondo y corresponde a la muestra «Retratos» que se realizó en Paraná