Historia de vida: De robar para drogarse a ayudar a otros a salir de las adicciones

La historia de vida de Sebastián Ángel Salvador Brites está atravesada por fuertes contrastes. Esa pugna entre el bien y el mal, esa mezcla de barro y cielo que hay en todos los seres humanos marcó de manera nítida las diferentes etapas de sus escasos pero intensos 24 años de existencia.

Su pasado en la droga y en el delito podría valerle lacárcel. Su presente en la Comunidad de Vida y Rehabilitación Juan XXIII despierta tanta admiración que lo ha vuelto un modelo a imitar para todos aquellos que deseen dejar atrás las adicciones.

Es tan así que el Presbítero Daniel Petelín no duda en dar la cara por él: “Con tanto amor y con tanto esfuerzo se lo fue ayudando para que su cabeza y su corazón sean hoy diferentes. Llevarlo a la prisión implica borrar todo lo positivo para inocularle veneno, veneno, veneno”, se lamenta.

¿Podrá el tribunal que lo juzgue encontrar alguna vía intermedia, que contemple el castigo que la ley prevé para sus errores de antaño pero sin bloquear el camino que con tanto esfuerzo ha transitado para recuperarse?

Sebastián cuenta su historia

A las 10 y 55 del sábado traspasé la tranquera y avancé por un paradisíaco camino flanqueado de árboles añosos, en el corazón de Estancia Grande. Por fin había salido el sol, después de una seguidilla de días lluviosos que aflojaron la tierra hasta convertirla en barro negro y en charcos brillantes. La quietud del paisaje campestre contrastaba con el ir y venir de jóvenes con botas de goma, cada uno abocado a su tarea, unos en las huertas, otros con los animales, dos abriendo una zanja para que drenara el agua hacia un zanjón.

Enseguida se acercó Cristian Maidana, el coordinador de la Comunidad de Vida y Rehabilitación Juan XXIII. Minutos después habilitó un lugar en la capilla para que pudiera dialogar a solas con Sebastián. En décadas de oficio, fue la primera vez en que hice una entrevista en un templo. Raro. Como si alguien más participara.

“Tengo 24 años. Nací en Concordia y me crié en el Barrio Centenario. Vivía con mis padres. Mi mujer está ahí con ellos. Tengo dos hijos, uno de 4 y el otro de dos añitos”. Fueron las primeras palabras que pronunció mi interlocutor, vestido con ropa de trabajo, pelo corto, ojos marrones.

Lo único que conocía de Sebastián hasta ese momento era lo que dicen de él los expedientes judiciales, que describen con lujo de detalles su participación en dos robos, uno de ellos a mano armada. Esos papeles nada cuentan de lo que le ocurrió antes ni después del fatídico enero de 2017 en que tocó fondo, se le aplicó prisión preventiva a la espera del juicio y lo autorizaron a internarse en Juan XXIII por su adicción a las drogas.

– ¿Qué te acuerdas de tu infancia? ¿Linda, fea?

– Como todos… linda, mala… No puedo decir que todo haya sido malo porque sería una mentira pero tampoco fue todo bueno.

– ¿Cómo eras en la escuela, buen alumno, mal alumno?

– Más o menos. Fui hasta la secundaria en la escuela San Martín pero no pude terminar. Me gustaban la matemática y la educación física.

– ¿Practicabas algún deporte?

– Jugaba el voley. Me gustaba mucho.

Drogas desde los 14, robos a los 18

Sebastián es de hablar poco. Admite que esa dificultad para poner en palabras lo que siente le jugó una mala pasada cuando las papas quemaban. Pero hablando de voley se suelta. “Era punta. Jugué en la escuela, también para la UNER y en el gimnasio municipal” se apuró a contarme, con una vibración diferente en la voz.

Sólo alcanzó a cursar segundo año del nivel medio. A los 20, cuando ya la droga calaba hondo en él, fue papá de su primer hijo. Como al pasar, al recordar su niñez, se le escapa una frase reveladora: “Antes de que mi vida cambiara…”.

– ¿Qué fue lo que cambió tu vida?

– Más que nada fueron las malas decisiones mías que me llevaron a hacer lo que hice. También el querer ser algo que no era, querer aparentar algo que no era adelante de otros chicos, me llevó a hacer esas cosas. También contribuyeron algunos problemas familiares. Pero sobre todo fueron malas decisiones de uno.

– ¿A qué edad fue ese momento bisagra, cuando tomaste las primeras decisiones equivocadas?

– A los 14 años.

– ¿Por qué llegaste a robar?

– Para consumir. No fue para hacer daño y necesidad de plata tampoco tenía. Cuando me empezaron a cortar los víveres en mi familia comencé a buscar en otro lado. Primero le sacaba a mis padres. Después no me alcanzaba y empecé con eso de la delincuencia. Fue un gran error para mi vida que me llevó a muchas cosas de las que estoy arrepentido.

– ¿Qué edad tenías cuando robaste por primera vez?

– A los 18, en mi casa. Le empecé a sacar plata a mis padres. No me alcanzaba con lo que conseguía trabajando. En un día se me iba todo en las drogas.

– ¿En qué trabajabas?

– Con mi padre, en la construcción. Llegamos a trabajar juntos. Él me dejaba en un trabajo y se iba a otro. Pero no me alcanzaba la plata. Es una adicción que te mata. Te consume humanamente y materialmente. Te pide, te pide, te lleva a hacer muchas cosas que no querés.

– ¿Te sentís agradecido de que hoy tu familia te acompañe, tus padres, tu hermano, tu señora?

– Gracias a Dios hoy la tengo firme a toda mi familia después de todo lo que pasó. No solo a la gente le causé daños sino a ellos también. Les causé mucho daño pero igual están firmes. Doy gracias que los tengo al lado mío.

– Cuando cometiste los robos, ¿estabas bajo los efectos de las drogas?

– Siempre. La droga no te deja ser consciente. Una vez que se te termina vos querés seguir tomando. No importa lo que tengas que hacer…

– Podés llegar a matar en el camino…

– No sé… nunca me pasó eso pero el riesgo es llegar a cualquier cosa. Y no es sólo la droga, porque le echan cualquier cosa para que los chicos sigan consumiendo.

– ¿Es fácil conseguir la droga?

– Facilísimo. Está en todos lados. Es más fácil hoy en día conseguir droga que conseguir un trabajo…

– ¿Tuviste alguna posibilidad de hablar con las personas que fueron tus víctimas?

– La verdad es que no, nunca pude hablar con ellos. Si tuviera la oportunidad, les pediría disculpas de todo corazón, les diría que estoy arrepentido por todo lo que hice y por todo lo que pasó. Al dueño de la Tómbola que asalté le escribí una carta para que me perdone y mi mamá se la llevó.

Las lágrimas de una madre que buscó el perdón para su hijo

La madre de Sebastián se llama Liliana. El encuentro con una de las víctimas de su hijo dejó una huella imborrable en su memoria. “Le digo la verdad, fue una cosa muy dolida. Fui con mucho miedo porque no sabía cómo lo iba a tomar el señor Mendoza. Me acuerdo que pedí permiso en el trabajo y fui con las lágrimas en mi cara, pidiéndole disculpas. Mi miedo era cuál sería la reacción de él”.

– ¿Qué hizo el dueño de la Tómbola? ¿Recibió la carta de su hijo?

– El señor me atendió excelentemente. Busqué un horario en el que no hubiera tanta gente en el local para llegar y charlar personalmente con él. Primero quedó como flasheado.

– ¿Le dijo algo?

– Me dijo que aceptaba las disculpas. No leyó la carta en ese momento, porque deseaba estar solo. Pero me aclaró que él quería que Sebastián estuviera preso porque tenía mucho miedo. Entonces yo le dije que lo comprendía y lo acompañaba en el pedido para que mi hijo reciba el castigo, pero le pedí en ese momento que dejara que mi hijo quedara en Juan XXIII porque era necesario que él se rehabilite, porque hacía 10 años que se drogaba. Todo el sufrimiento que yo pasé con mi familia, con mi esposo, con mis hijos, fue de terror. Le pedí que me apoye, como padre, como ser humano, para que mi hijo tuviera la oportunidad de curarse.

– ¿Qué le respondió?

– Me dijo que sí, que no había drama, pero que, ni bien terminara esa rehabilitación, el juicio se iba a hacer, que él quería que continuara la causa, que para ellos había sido una situación bastante difícil. Le dije que lo comprendía.

De un pasado doloroso a un presente cargado de gratitud

Liliana vive el presente de su hijo como si se tratase de una resurrección, por la cual no para de dar gracias, tal vez porque en el pico de su adicción sintió que lo perdía para siempre.

– ¿Sebastián llegó a ejercer violencia con ustedes?

– Tuvimos dos episodios bastante difíciles. Uno lo vivió el hermano de Sebastián y a otro lo viví yo. En un momento en que lo buscábamos desesperadamente en el transcurso de la madrugada, Sebastián, perdido por las drogas, le puso un cuchillo en el cuello a su hermano. Desesperada yo como madre, mi esposo también, fue muy difícil, muy difícil.

– ¿Habían intentado que inicie algún tratamiento?

– Cuando tenía 17 y estaba a punto de cumplir los 18 fuimos al juzgado. Intentamos hablar con alguien que trate de intervenir, pero, le digo la verdad, no nos dieron respuesta. Nos dijeron que si él no se trataba, si él no intentaba salir, no se podía hacer nada. Él tenía que decidir salir. Salimos tan decepcionados y no podíamos hacer nada… En ese momento, cuando hablábamos con Sebastián, nos contestaba que la decisión la había tomado él, que él quería seguir esa vida. Mi esposo trabaja como albañil, él trabajaba con el padre de lunes a viernes y los sábados recibía el dinero. Llegaba el día lunes y no tenía más nada de plata. Todo se iba en la droga… Era muy difícil. Usted no sabe lo que nosotros hemos pasado… Ahora, lo que estamos viviendo este año en el que está Sebastián en Juan XXIII es otra vida: la tranquilidad, la paz. Al verlo a Sebastián tan cambiado, es una cosa maravillosa. No tenemos palabras para agradecer. Lo veo hecho un hombre, cambiadísimo total, maduró un montón. Es otra persona.

– ¿Fue a visitarlo el último domingo del mes de julio?

– Sí. Él había perdido vínculos con la familia, con los hermanos, cuñados. El domingo que fuimos a visitarlo, hasta los amigos de mi otro hijo lo fueron a ver. Era un mundo de gente. Creo que en Juan XXIII había más amigos y familiares de Sebastián que otra cosa. Eso nos reconforta. Ahora somos una familia, como le digo a mi hijo. Cada vez que hablo con él lo animo y le doy fuerzas, le digo que estoy orgullosa de lo que está haciendo.

Cuando uno quiere, puede

No sólo Liliana está orgullosa por el “nuevo” Sebastián. Cristian Maidana, el coordinador de Juan XXIII, habla de él como un padre cuando resalta los aciertos de su hijo.

– ¿Qué dirías si tuvieras que describir el camino de recuperación de Sebastián?

– Un gran proceso, un gran gran proceso. A mí me emociona ver los pasos que ellos van dando, cuando se animan. Vos los confrontás y les decís ‘te tenés que decidir, es hoy o es hoy’. Y cuando ellos dan el paso es hermoso. Yo sé que no soy yo, no es el cura, es Dios. Acá los grandes milagros son ahí adentro (señala la capilla). Ver cuando ellos abren el corazón a Dios y tener la gracia de poder acompañarlos, esa es mi satisfacción y mi alegría. Sufro cuando uno se va y soy feliz cuando uno llega al murito donde ponen las manos cuando terminan su tratamiento. Ese momento es una felicidad total.

– ¿Te preocupa que la Justicia pudiera resolver que Sebastián vaya a la cárcel?

– Me preocupa muchísimo. Conozco, he ido a dar catequesis a la cárcel, he ido a dar cursos de adicciones, conozco cómo es el sistema. Esta realidad que nosotros vivimos acá todos los días allá no existe. Llegar acá a vivir como nosotros vivimos, como hermanos, antes de la violencia sentarnos a dialogar, confrontarnos, orar… Es irreal no ver el contraste entre esto y la cárcel.

– ¿En qué etapa del tratamiento está Sebastián?

– Está en la última, la quinta, que es el proyecto de vida, donde ya está sirviendo en una casa. Es un pre servicio como le llamamos nosotros. Ayuda a los servidores.

– ¿Qué le dirías a los que tienen arraigado el prejuicio de que no se puede salir de las drogas? ¿Qué le transmitirías desde tu experiencia como coordinador, viendo casos como el de Sebastián?

– Cuando uno quiere, puede. A mí me pasó. Este año cumplí 16 años limpio, libre de todo. Tengo 36 años. La última vez que consumí fue cuando cumplí 19. Es tomar la decisión y encontrar, nosotros en la fe, yo en mi familia y en Dios por sobre todas las cosas, el sostén necesario todos los días. Siempre le digo a los chicos: todo lo que deseé morirme, hoy deseo vivir, para ayudar a los otros, para dar lo mejor de mí, y eso es lo que me sostiene todos los días, limpio, de todo, de cigarrillos, de alcohol, de cualquier otra droga, deseoso de vivir y de servir al otro.

Algunos la encuentran en el deporte, otros en su familia, en su mujer. Yo encontré la salida en Dios, a mí me sostiene Dios. Mi señora, mis hijos, hacen a mi plenitud como hombre, pero quien me sostiene acá adentro es Dios, con todos los problemas que tenemos, porque es acompañar al otro, con sus problemas, su debilidad, que también te reflejan lo que vos viviste. Es ayudar a otro de la misma forma que alguien te ayudó a vos y sostener al otro como te sostuvo alguien. A mí me sostuvo un cura, me sostuvo una comunidad, un montón de gente. Hay que darle eso a los pibes.

La mirada del abogado defensor

Alejandro Giorgio es el defensor oficial de Sebastián Brites. A poco de escucharlo, resulta evidente que para él no es un caso más. Está tan feliz por su rehabilitación como preocupado por una futura condena judicial que lo mande entre rejas haciendo que peligre todo lo conquistado.

“Sebastián está bajo prisión preventiva hasta el dictado de la sentencia y el tiempo que está transcurriendo se descontará de una futura condena”, explica.

Giorgio cuenta que está firmado un juicio abreviado. “Lo firmé como garantía de buena voluntad. No está presentado pero está firmado y en poder de la Fiscalía”.

“Como defensor, quisiera que se llegase a ponderar que Sebastián se está comportando muy bien y que sería muy negativo mandarlo a la cárcel”, admite. “Para ello -explica Giorgio- haría falta que la pena del abreviado no superara los tres años y fuera condicional, al mismo tiempo que mi defendido se comprometa a seguir un tiempo más como servidor o celador en Juan XXIII, ayudando en la recuperación de adictos”.

Giorgio sabe que no está solo a la hora de ponderar los logros de su cliente. Cristian, el coordinador de Juan XXIII, le ha informado con lujo de detalles acerca de los progresos de Sebastián y el Padre Daniel Petelín se ha apersonado en los tribunales para dar fe de ello.

El cura transparenta sin vueltas su mirada de la encrucijada que se le presenta a este muchacho que ha sabido ganarse en aprecio de los máximos responsables de la Comunidad de Vida y Rehabilitación Juan XXIII: “Estuve buscando todas las posibilidades de que él pueda seguir internado en Juan XXIII, sirviendo, pero no en la cárcel, porque sería llevarlo al matadero. Lo hago pensando en su bien y en el bien que puede hacer a los otros. Vemos que la cárcel no va a ayudar a su persona. Si fuera sólo el encierro sería una cosa, pero si es para llevarlo allí a hacer una capacitación en delincuencia, no sirve”.

“Se puede salir de la adicción, de ese encierro en uno mismo”

Le pregunté a Sebastián si le recomendaría a otros chicos adictos que vengan a Juan XXIII. Respondió sin titubeos.

La historia de vida de Sebastián Ángel Salvador Brites está atravesada por fuertes contrastes. Esa pugna entre el bien y el mal, esa mezcla de barro y cielo que hay en todos los seres humanos marcó de manera nítida las diferentes etapas de sus escasos pero intensos 24 años de existencia.

Su pasado en la droga y en el delito podría valerle lacárcel. Su presente en la Comunidad de Vida y Rehabilitación Juan XXIII despierta tanta admiración que lo ha vuelto un modelo a imitar para todos aquellos que deseen dejar atrás las adicciones.

Es tan así que el Presbítero Daniel Petelín no duda en dar la cara por él: “Con tanto amor y con tanto esfuerzo se lo fue ayudando para que su cabeza y su corazón sean hoy diferentes. Llevarlo a la prisión implica borrar todo lo positivo para inocularle veneno, veneno, veneno”, se lamenta.

¿Podrá el tribunal que lo juzgue encontrar alguna vía intermedia, que contemple el castigo que la ley prevé para sus errores de antaño pero sin bloquear el camino que con tanto esfuerzo ha transitado para recuperarse?

Sebastián cuenta su historia

A las 10 y 55 del sábado traspasé la tranquera y avancé por un paradisíaco camino flanqueado de árboles añosos, en el corazón de Estancia Grande. Por fin había salido el sol, después de una seguidilla de días lluviosos que aflojaron la tierra hasta convertirla en barro negro y en charcos brillantes. La quietud del paisaje campestre contrastaba con el ir y venir de jóvenes con botas de goma, cada uno abocado a su tarea, unos en las huertas, otros con los animales, dos abriendo una zanja para que drenara el agua hacia un zanjón.

Enseguida se acercó Cristian Maidana, el coordinador de la Comunidad de Vida y Rehabilitación Juan XXIII. Minutos después habilitó un lugar en la capilla para que pudiera dialogar a solas con Sebastián. En décadas de oficio, fue la primera vez en que hice una entrevista en un templo. Raro. Como si alguien más participara.

“Tengo 24 años. Nací en Concordia y me crié en el Barrio Centenario. Vivía con mis padres. Mi mujer está ahí con ellos. Tengo dos hijos, uno de 4 y el otro de dos añitos”. Fueron las primeras palabras que pronunció mi interlocutor, vestido con ropa de trabajo, pelo corto, ojos marrones.

Lo único que conocía de Sebastián hasta ese momento era lo que dicen de él los expedientes judiciales, que describen con lujo de detalles su participación en dos robos, uno de ellos a mano armada. Esos papeles nada cuentan de lo que le ocurrió antes ni después del fatídico enero de 2017 en que tocó fondo, se le aplicó prisión preventiva a la espera del juicio y lo autorizaron a internarse en Juan XXIII por su adicción a las drogas.

– ¿Qué te acuerdas de tu infancia? ¿Linda, fea?

– Como todos… linda, mala… No puedo decir que todo haya sido malo porque sería una mentira pero tampoco fue todo bueno.

– ¿Cómo eras en la escuela, buen alumno, mal alumno?

– Más o menos. Fui hasta la secundaria en la escuela San Martín pero no pude terminar. Me gustaban la matemática y la educación física.

– ¿Practicabas algún deporte?

– Jugaba el voley. Me gustaba mucho.

Drogas desde los 14, robos a los 18

Sebastián es de hablar poco. Admite que esa dificultad para poner en palabras lo que siente le jugó una mala pasada cuando las papas quemaban. Pero hablando de voley se suelta. “Era punta. Jugué en la escuela, también para la UNER y en el gimnasio municipal” se apuró a contarme, con una vibración diferente en la voz.

Sólo alcanzó a cursar segundo año del nivel medio. A los 20, cuando ya la droga calaba hondo en él, fue papá de su primer hijo. Como al pasar, al recordar su niñez, se le escapa una frase reveladora: “Antes de que mi vida cambiara…”.

– ¿Qué fue lo que cambió tu vida?

– Más que nada fueron las malas decisiones mías que me llevaron a hacer lo que hice. También el querer ser algo que no era, querer aparentar algo que no era adelante de otros chicos, me llevó a hacer esas cosas. También contribuyeron algunos problemas familiares. Pero sobre todo fueron malas decisiones de uno.

– ¿A qué edad fue ese momento bisagra, cuando tomaste las primeras decisiones equivocadas?

– A los 14 años.

– ¿Por qué llegaste a robar?

– Para consumir. No fue para hacer daño y necesidad de plata tampoco tenía. Cuando me empezaron a cortar los víveres en mi familia comencé a buscar en otro lado. Primero le sacaba a mis padres. Después no me alcanzaba y empecé con eso de la delincuencia. Fue un gran error para mi vida que me llevó a muchas cosas de las que estoy arrepentido.

– ¿Qué edad tenías cuando robaste por primera vez?

– A los 18, en mi casa. Le empecé a sacar plata a mis padres. No me alcanzaba con lo que conseguía trabajando. En un día se me iba todo en las drogas.

– ¿En qué trabajabas?

– Con mi padre, en la construcción. Llegamos a trabajar juntos. Él me dejaba en un trabajo y se iba a otro. Pero no me alcanzaba la plata. Es una adicción que te mata. Te consume humanamente y materialmente. Te pide, te pide, te lleva a hacer muchas cosas que no querés.

– ¿Te sentís agradecido de que hoy tu familia te acompañe, tus padres, tu hermano, tu señora?

– Gracias a Dios hoy la tengo firme a toda mi familia después de todo lo que pasó. No solo a la gente le causé daños sino a ellos también. Les causé mucho daño pero igual están firmes. Doy gracias que los tengo al lado mío.

– Cuando cometiste los robos, ¿estabas bajo los efectos de las drogas?

– Siempre. La droga no te deja ser consciente. Una vez que se te termina vos querés seguir tomando. No importa lo que tengas que hacer…

– Podés llegar a matar en el camino…

– No sé… nunca me pasó eso pero el riesgo es llegar a cualquier cosa. Y no es sólo la droga, porque le echan cualquier cosa para que los chicos sigan consumiendo.

– ¿Es fácil conseguir la droga?

– Facilísimo. Está en todos lados. Es más fácil hoy en día conseguir droga que conseguir un trabajo…

– ¿Tuviste alguna posibilidad de hablar con las personas que fueron tus víctimas?

– La verdad es que no, nunca pude hablar con ellos. Si tuviera la oportunidad, les pediría disculpas de todo corazón, les diría que estoy arrepentido por todo lo que hice y por todo lo que pasó. Al dueño de la Tómbola que asalté le escribí una carta para que me perdone y mi mamá se la llevó.

Las lágrimas de una madre que buscó el perdón para su hijo

La madre de Sebastián se llama Liliana. El encuentro con una de las víctimas de su hijo dejó una huella imborrable en su memoria. “Le digo la verdad, fue una cosa muy dolida. Fui con mucho miedo porque no sabía cómo lo iba a tomar el señor Mendoza. Me acuerdo que pedí permiso en el trabajo y fui con las lágrimas en mi cara, pidiéndole disculpas. Mi miedo era cuál sería la reacción de él”.

– ¿Qué hizo el dueño de la Tómbola? ¿Recibió la carta de su hijo?

– El señor me atendió excelentemente. Busqué un horario en el que no hubiera tanta gente en el local para llegar y charlar personalmente con él. Primero quedó como flasheado.

– ¿Le dijo algo?

– Me dijo que aceptaba las disculpas. No leyó la carta en ese momento, porque deseaba estar solo. Pero me aclaró que él quería que Sebastián estuviera preso porque tenía mucho miedo. Entonces yo le dije que lo comprendía y lo acompañaba en el pedido para que mi hijo reciba el castigo, pero le pedí en ese momento que dejara que mi hijo quedara en Juan XXIII porque era necesario que él se rehabilite, porque hacía 10 años que se drogaba. Todo el sufrimiento que yo pasé con mi familia, con mi esposo, con mis hijos, fue de terror. Le pedí que me apoye, como padre, como ser humano, para que mi hijo tuviera la oportunidad de curarse.

– ¿Qué le respondió?

– Me dijo que sí, que no había drama, pero que, ni bien terminara esa rehabilitación, el juicio se iba a hacer, que él quería que continuara la causa, que para ellos había sido una situación bastante difícil. Le dije que lo comprendía.

De un pasado doloroso a un presente cargado de gratitud

Liliana vive el presente de su hijo como si se tratase de una resurrección, por la cual no para de dar gracias, tal vez porque en el pico de su adicción sintió que lo perdía para siempre.

– ¿Sebastián llegó a ejercer violencia con ustedes?

– Tuvimos dos episodios bastante difíciles. Uno lo vivió el hermano de Sebastián y a otro lo viví yo. En un momento en que lo buscábamos desesperadamente en el transcurso de la madrugada, Sebastián, perdido por las drogas, le puso un cuchillo en el cuello a su hermano. Desesperada yo como madre, mi esposo también, fue muy difícil, muy difícil.

– ¿Habían intentado que inicie algún tratamiento?

– Cuando tenía 17 y estaba a punto de cumplir los 18 fuimos al juzgado. Intentamos hablar con alguien que trate de intervenir, pero, le digo la verdad, no nos dieron respuesta. Nos dijeron que si él no se trataba, si él no intentaba salir, no se podía hacer nada. Él tenía que decidir salir. Salimos tan decepcionados y no podíamos hacer nada… En ese momento, cuando hablábamos con Sebastián, nos contestaba que la decisión la había tomado él, que él quería seguir esa vida. Mi esposo trabaja como albañil, él trabajaba con el padre de lunes a viernes y los sábados recibía el dinero. Llegaba el día lunes y no tenía más nada de plata. Todo se iba en la droga… Era muy difícil. Usted no sabe lo que nosotros hemos pasado… Ahora, lo que estamos viviendo este año en el que está Sebastián en Juan XXIII es otra vida: la tranquilidad, la paz. Al verlo a Sebastián tan cambiado, es una cosa maravillosa. No tenemos palabras para agradecer. Lo veo hecho un hombre, cambiadísimo total, maduró un montón. Es otra persona.

– ¿Fue a visitarlo el último domingo del mes de julio?

– Sí. Él había perdido vínculos con la familia, con los hermanos, cuñados. El domingo que fuimos a visitarlo, hasta los amigos de mi otro hijo lo fueron a ver. Era un mundo de gente. Creo que en Juan XXIII había más amigos y familiares de Sebastián que otra cosa. Eso nos reconforta. Ahora somos una familia, como le digo a mi hijo. Cada vez que hablo con él lo animo y le doy fuerzas, le digo que estoy orgullosa de lo que está haciendo.

Cuando uno quiere, puede

No sólo Liliana está orgullosa por el “nuevo” Sebastián. Cristian Maidana, el coordinador de Juan XXIII, habla de él como un padre cuando resalta los aciertos de su hijo.

– ¿Qué dirías si tuvieras que describir el camino de recuperación de Sebastián?

– Un gran proceso, un gran gran proceso. A mí me emociona ver los pasos que ellos van dando, cuando se animan. Vos los confrontás y les decís ‘te tenés que decidir, es hoy o es hoy’. Y cuando ellos dan el paso es hermoso. Yo sé que no soy yo, no es el cura, es Dios. Acá los grandes milagros son ahí adentro (señala la capilla). Ver cuando ellos abren el corazón a Dios y tener la gracia de poder acompañarlos, esa es mi satisfacción y mi alegría. Sufro cuando uno se va y soy feliz cuando uno llega al murito donde ponen las manos cuando terminan su tratamiento. Ese momento es una felicidad total.

– ¿Te preocupa que la Justicia pudiera resolver que Sebastián vaya a la cárcel?

– Me preocupa muchísimo. Conozco, he ido a dar catequesis a la cárcel, he ido a dar cursos de adicciones, conozco cómo es el sistema. Esta realidad que nosotros vivimos acá todos los días allá no existe. Llegar acá a vivir como nosotros vivimos, como hermanos, antes de la violencia sentarnos a dialogar, confrontarnos, orar… Es irreal no ver el contraste entre esto y la cárcel.

– ¿En qué etapa del tratamiento está Sebastián?

– Está en la última, la quinta, que es el proyecto de vida, donde ya está sirviendo en una casa. Es un pre servicio como le llamamos nosotros. Ayuda a los servidores.

– ¿Qué le dirías a los que tienen arraigado el prejuicio de que no se puede salir de las drogas? ¿Qué le transmitirías desde tu experiencia como coordinador, viendo casos como el de Sebastián?

– Cuando uno quiere, puede. A mí me pasó. Este año cumplí 16 años limpio, libre de todo. Tengo 36 años. La última vez que consumí fue cuando cumplí 19. Es tomar la decisión y encontrar, nosotros en la fe, yo en mi familia y en Dios por sobre todas las cosas, el sostén necesario todos los días. Siempre le digo a los chicos: todo lo que deseé morirme, hoy deseo vivir, para ayudar a los otros, para dar lo mejor de mí, y eso es lo que me sostiene todos los días, limpio, de todo, de cigarrillos, de alcohol, de cualquier otra droga, deseoso de vivir y de servir al otro.

Algunos la encuentran en el deporte, otros en su familia, en su mujer. Yo encontré la salida en Dios, a mí me sostiene Dios. Mi señora, mis hijos, hacen a mi plenitud como hombre, pero quien me sostiene acá adentro es Dios, con todos los problemas que tenemos, porque es acompañar al otro, con sus problemas, su debilidad, que también te reflejan lo que vos viviste. Es ayudar a otro de la misma forma que alguien te ayudó a vos y sostener al otro como te sostuvo alguien. A mí me sostuvo un cura, me sostuvo una comunidad, un montón de gente. Hay que darle eso a los pibes.

La mirada del abogado defensor

Alejandro Giorgio es el defensor oficial de Sebastián Brites. A poco de escucharlo, resulta evidente que para él no es un caso más. Está tan feliz por su rehabilitación como preocupado por una futura condena judicial que lo mande entre rejas haciendo que peligre todo lo conquistado.

“Sebastián está bajo prisión preventiva hasta el dictado de la sentencia y el tiempo que está transcurriendo se descontará de una futura condena”, explica.

Giorgio cuenta que está firmado un juicio abreviado. “Lo firmé como garantía de buena voluntad. No está presentado pero está firmado y en poder de la Fiscalía”.

“Como defensor, quisiera que se llegase a ponderar que Sebastián se está comportando muy bien y que sería muy negativo mandarlo a la cárcel”, admite. “Para ello -explica Giorgio- haría falta que la pena del abreviado no superara los tres años y fuera condicional, al mismo tiempo que mi defendido se comprometa a seguir un tiempo más como servidor o celador en Juan XXIII, ayudando en la recuperación de adictos”.

Giorgio sabe que no está solo a la hora de ponderar los logros de su cliente. Cristian, el coordinador de Juan XXIII, le ha informado con lujo de detalles acerca de los progresos de Sebastián y el Padre Daniel Petelín se ha apersonado en los tribunales para dar fe de ello.

El cura transparenta sin vueltas su mirada de la encrucijada que se le presenta a este muchacho que ha sabido ganarse en aprecio de los máximos responsables de la Comunidad de Vida y Rehabilitación Juan XXIII: “Estuve buscando todas las posibilidades de que él pueda seguir internado en Juan XXIII, sirviendo, pero no en la cárcel, porque sería llevarlo al matadero. Lo hago pensando en su bien y en el bien que puede hacer a los otros. Vemos que la cárcel no va a ayudar a su persona. Si fuera sólo el encierro sería una cosa, pero si es para llevarlo allí a hacer una capacitación en delincuencia, no sirve”.

“Se puede salir de la adicción, de ese encierro en uno mismo”

Le pregunté a Sebastián si le recomendaría a otros chicos adictos que vengan a Juan XXIII. Respondió sin titubeos.

Sí, para todo chico que esté en la droga, en el alcohol, que tenga problemas, le diría que esto vale. Tanto a mí como a otros hermanos nos ayudó un montón. Cuesta, todo buen camino cuesta, es difícil. Hoy se puede salir de la adicción, de ese encierro en uno mismo. En la primera etapa, cuando llegué, me costó mucho porque no hablaba, no compartía nada. Después, cuando empecé a hacer los trabajos bíblicos, te empiezas a encontrar con vos mismo y con las fallas que has tenido, esas heridas que te llevaron a hacer lo que hiciste. Vas trabajando a través de eso y poniendo tu voluntad, pidiéndole a Dios día a día, te va cambiando de pensamiento, cambiando tu forma de ser.

– Revisando tu vida, en especial la etapa en que empezaste a drogarte, ¿no te sentiste querido? ¿Pensabas que no le importabas a nadie?

– Por ahí sí, en parte de mi infancia. Creería que a todos nos pasa. A veces se hacen cosas para llamar la atención.

– ¿En el camino que has hecho acá has podido recuperar la certeza de que te quieren?

– La verdad es que sí, he encontrado muchas respuestas para mi vida, a preguntas que me hacía estando afuera. Las pude encontrar acá. Estoy arrepentido de todo lo que hice, el daño a la gente, a mí y a mi familia. Doy gracias por este cambio.

– ¿Cómo es hoy un día de tu vida acá?

– Hoy puedo estar con los chicos, aconsejándolos. Estoy haciendo mi última etapa.

– ¿Cuántas etapas son?

– En la primera etapa te piden obediencia y disciplina, por favor y gracias. Es para cambiar lo que hacíamos afuera, que tomábamos las cosas sin permiso. Nos exige ser obedientes.

Después viene la segunda etapa que es un seguimiento en el camino, te piden un mayor discernimiento sobre lo que vas a hacer de tu vida, más profundo, si querés seguir a Dios o querés seguir haciendo lo que se te antoja. El que quiere seguir haciendo la suya se termina yendo en esa etapa porque no quiere entregarse por completo a Dios.

La tercera etapa es sanación interior. Te encontrás con Dios, con uno mismo, con tus errores, con tus fallas. Uno se vuelve a encontrar con ese niño que lo tenía dormido, guardado.

– ¿En qué etapa estás ahora?

– En la quinta, en proyecto de vida, en pre servicio.

– ¿Una vez que termines el tratamiento, te gustaría continuar acá para servir a los que vayan entrando? ¿O sueñas con otra cosa, con volver a tu oficio de albañil?

– En mi cabeza está terminar y si Dios quiere y la Justicia me da otra oportunidad me quedaría a ayudar un tiempo más a esta obra, a los chicos, para hacer por ellos todo lo que hicieron por mí, quedarme de servidor ayudando, decirles que se puede salir con la ayuda de Dios. Y después, si Dios me da la gracia, volver a trabajar con mi viejo, algo que vengo rezando día a día porque hoy está solo. Tiene sus ayudantes pero no es lo mismo.

– ¿Te da un poco de miedo volver al barrio, a caminar las mismas calles en que te encontrabas con una oferta de droga y de tentación, pasar por esos lugares en donde comprabas o te ofrecían? ¿Te parece que podrás sobrellevar esa situación?

– La verdad es que con este tratamiento aprendí a trabajar todo eso y miedo no tengo. Recuperé esa confianza que necesitaba. No tengo miedo a la calle. Nadie va a tomar una decisión por mí. Fue un error muy grande que cometí pero dos veces no va a pasar.

– ¿Tienes miedo de que la Justicia finalmente te obligue a ir a la cárcel?

– Sí. Ese miedo está. Más por el tema de mis hijos que son chiquitos…

– ¿Qué sueños tienes para ellos?

– Que sean mejor que uno. Que terminen la escuela, que puedan ser hombres de bien.

Fuente: el entrerrios