Hernán Mauro tiene 41 años, un título de ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), un campo familiar que suele inundarse, y una sola cosa muy clara: no le gustan las etiquetas. Ni que lo etiqueten a él. Ni etiquetar a los demás.
Nos dice que cuando egresó de la facultad, allá por 2001, “el paradigma era lograr escala, una simplificación, el uso de insumos para lograr mejores rendimientos. Esa fue un poco la forma en la que empecé a trabajar, hasta darme cuenta que eso no era lo que quería para mi, no era lo que me hacía sentir bien, que necesitaba dar un giro”.
Hernán recibió a Bichos de Campo hace unos días en La Elenita, un establecimiento de 350 hectáreas ubicado a 8 kilómetros de Cañada Rosquín, en Santa Fe. Se llama así por su abuela Elena. Pertenece a la familia desde ese entonces. Él mismo creció allí.
A este agrónomo y productor no le gustan las etiquetas, ya lo dijimos. Evitar ser encasillado y lo que menos quiere es encasillar a los demás. Pero durante nuestra breve visita, repite un concepto en tres o cuatro ocasiones: En algún momento, hace unos seis años atrás, sintió que algo le faltaba para ser feliz. Para ese entonces, desde la firma Agromauro y otras sociedades, había llegado a la tan mentada “escala” y manejaba más de 2.000 hectáreas. Vivía arriba de la camioneta, de un lado para el otro.
-Muchos agrónomos miden la felicidad en función de la cantidad de kilómetros recorridos. ¿Qué era lo que a vos no te dejaba sentirte feliz?
-Uno de los cambios importantes fue el nacimiento de mis hijos. Ahí es cuando empezás a darle otro valor a las cosas. Es decir, ¿cuánto vale mi tiempo si estar fuera de mi casa representa no ver crecer a mis hijos, no compartir tiempo con ellos. Para mi eso fue algo muy importante. No me daba lo mismo no volver a comer a casa al mediodía. Eso fue probablemente una parte de lo que me hacía ruido.
Mirá la entrevista completa con Hernán Mauro:
A Mauro no le gustan las etiquetas. Junto con la decisión de pasar más tiempo con su familia vinieron otras decisiones. El campo familiar había sido históricamente para la producción bovina, pero luego la soja “arrasó con todo” cuando la ganadería “pasó a no valer nada”. La agricultura se impuso aunque por fortuna se conservaron muchas de las instalaciones para el manejo del ganado. Por suerte, porque la decisión de Hernán fue volver.
“Aquel (se refiere a la agricultura convencional) era un sistema muy dependiente del afuera, de agroquímicos, de semillas. Comparado con lo que estamos haciendo hoy, había muy poco poder para tomar decisiones. El sistema estaba bastante simplificado: casi que sabías qué hacer y qué no hacer en cada momento. No hay mucho que crear en un cultivo convencional. Es como que va todo en una misma linea”, sostiene Mauro.
Al agrónomo no le gustan las etiquetas. El planteoa de La Elenita no es ni “orgánico”, ni “agroecológico”, ni “regenerativo” y muchos menos “convencional”. Hernán solo acepta que se diga que está “en transición”, aunque no sabe definir muy bien hacia dónde se dirige. Suponemos que hacia su propia felicidad y la de los suyos.
Define: “Cuando vos hacés explotar el sistema y comenzar a armar todo de nuevo, aparecen cultivos nuevos, aparecen rotaciones raras, y te salís de esa zona de confort, que en mi caso en un momento dejó de ser de confort porque no me sentía cómodo. Entrás en una zona donde es completamente nuevo todo”.
Los cambios que imprimió Mauro en la empresa familiar incluyeron un regreso claro hacia la ganadería, en primer lugar. De las 350 hectáreas hay 150 que se dedican por completo a las pasturas, que los bovinos aprovechan sobre todo en verano. Las otras 200 son de agricultura, pero con cultivos consociados y “doble propósito”: sirven de cobertura y a la vez pueden ser pastoreados en invierno. Mauro apela a la vicia, a la avena, al trébol rojo. En ese esquema, tiene 550 cabezas y va creciendo. Queda margen para más. Maneja la hacienda en potreros pequeños con boyero eléctrico.
-¿Es ganadería regenerativa la que hacés?- preguntamos, y cometemos el error de volver a utilizar una etiqueta.
-Para que hablemos de ganadería regenerativa, y yo no quiero hablar con liviandad, tenemos que tener índices, medir y demostrar lo que hacemos. Si me preguntás, yo creo que estamos muy cerca de ser regenerativos y la idea es seguir en esa línea de trabajo.
Hernán elige muy bien cada una de las palabras no solo para no herir a nadie sino además porque no quiere quedar preso de ningún modelo. Prefiere que los animales anden pastando todo el año por los lotes (sean ganaderos o agrícolas), pero si alguna vez tiene que suplementar con rollos o con silos lo hace. Y lo mismo le sucede con los insumos químicos. En algunos lotes de La Elenita lleva un año y medio sin utilizar ninguno, cuando en esta región agrícola lo más habitual es que se hagan de 5 a 7 aplicaciones por año.
“Lo que me propuse hace un tiempo es agroquímicos cero, y estamos tendiendo hacia eso. Mientras tanto se trata de ver cuál es la mayor cantidad de tiempo que podemos transcurrir sin ellos. Ante el caso de tener que usarlos, además, hoy tenemos un montón de alternativas de biológicos y los reemplazamos”, nos cuenta.
-¿Y por qué decidiste diminuir al máximo el consumo de agroquímicos?
-Por varios motivos. Uno de esos motivos es la dependencia financiera de nuestras empresas al entorno, al afuera. Yo creo que tenemos que ingeniarnos para poder usar recursos que ya tenemos, como el sol, el nitrógeno del aire, el agua. Poder producir con eso. Con esto me refiero a tener cultivos de cobertura que fijen nitrógeno del aire, para poder reemplazar la aplicación de urea, por ejemplo.
-Pero llegado el caso de una enfermedad que amenace los cultivos, no sos dogmático…
-Pasa que somos varias familias las que vivimos de esto y necesitamos que sea rentable. La transición implica tratar de llegar a tener un suelo saludable. Si se presenta un caso de isoca o pulgón, ese es un indicador de que algo no está funcionando bien en la salud del suelo, que hicimos algo para que se produzca un desequilibrio que desencadenó el ataque de esa plaga. La idea es que si nosotros logramos trabajar bien y podemos regenerar la salud del suelo, estos ataques sean cada vez menores o hasta incluso desaparezcan.
El productor está satisfecho con los resultados que va logrando por ahora. Nos relata que este año en sus lotes de pasturas consociadas, donde conviven un montón de especies, no hubo ataque de pulgón, mientras que en los de alfalfa pura “hizo desastres”.
-¿Y en qué momento te sentís feliz? ¿Cuán se te plantea un problema nuevo a solucionar o cuando finalmente le encontrás la vuelta?
-Supongo que en el estar haciendo algo distinto y en el desafío de estar observando la naturaleza para tratar de imitarla. En tratar de ver qué señales me da, para en función de eso ver qué decisión tomar. Yo creo que se presente un problema no debe ser lindo para nadie, pero si uno puede resolverlo de una manera que no sea ir a comprar el agroquímico, eso produce satisfacción.
Luego agrega: “Pero la gran satisfacción es llegar y ver las plantas, ver todo verde, ver vida. Y sentir que con eso estamos generando la salud del suelo”. Fuente: Bichos del Campo.