Tiene 26 años y había ido a la entidad bancaria para abrir una caja de ahorros y poder comprarse un vehículo. “Hice lo que debía hacer”, afirmó el joven que no quiso aceptar recompensa sobre su correcto accionar.
La noche del jueves pasado Sebastián Britos, de 26 años, descansaba en el patio de su casa, en la ciudad de Recreo, provincia de Santa Fe, tras otra jornada de trabajo en su peluquería, cuando se propuso levantarse al día siguiente e ir al banco a averiguar por la apertura de una caja de ahorro. La idea era juntar la plata que necesita para cumplir su sueño: comprarse una camioneta que tiene vista. “No sale mucho, pero hay que ahorrar”, dijo.
A primera hora del viernes marchó decidido a la sucursal del Banco de Santa Fe ubicada en la esquina de Mitre y Aldao, para darle forma al objetivo que se había propuesto para este año. Se sentó a esperar su turno donde le indicaron, hasta que un empleado lo llamó. Delante de él se levantó otra clienta y Sebastián ocupó la silla todavía caliente.
Tras escuchar las condiciones que el empleado bancario le expuso, Sebastián ratificó su desconfianza en el sistema. No daba. Los requisitos y beneficios de abrir la caja de ahorro no lo convencieron.
Cuando estaba por levantarse de la silla para irse a trabajar a su peluquería, que atiende junto a dos colegas desde hace cuatro años, el joven notó que en la silla contigua había un bolso. Lo tomó, lo abrió lentamente y se encontró con un montón de billetes en su interior. Además había unos documentos. “Yo tengo una peluquería pero nunca vi tanta plata junta”, dijo hoy Sebastián, con el ritmo cardíaco más estable.
“Con mucho miedo lo cerré y me fui hacia la puerta del banco a buscar a la mujer que habían atendido delante mío”, contó el joven peluquero que además es músico, y quiere sumar un puesto de artesanías en la plaza Pueyrredón de la ciudad de Santa Fe.
“Yo me preguntaba cómo podés olvidarte tanta plata y ella me dijo que no es la primera vez que le sucede”.
Al enfilar hacia la puerta de salida del banco se topó con la dueña del bolso, que había retrocedido sobre sus pasos, desesperada, al darse cuenta del costoso olvido. “La miré y le pregunté si se había olvidado algo. Me respondió que sí. Saqué el bolso y se lo di. Ella me abrazó y me dijo “gracias, m’hijo”, contó Sebastián.
“Nos pusimos a charlar y me contó que eran $ 100 mil, para comprar un terreno para su hijo”, relató el joven peluquero. “Sólo me dijo su nombre (se reserva la identidad) pero no le pregunté nada, para no comprometerla”.
No aceptó la recompensa
“Yo me preguntaba cómo podés olvidarte tanta plata y ella me dijo que no es la primera vez que le sucede”, contó Sebastián y agregó que la mujer olvidadiza le quiso dar plata, “pero le dije que no había necesidad. Simplemente le agradecí poder habérsela devuelto y con eso ya está, era feliz”, sentenció. “Hice lo que moral y éticamente había que hacer. Nada más”.
Sebastián contó luego que no es la primera vez que encuentra algo, aunque nunca antes algo de tanto valor. El año pasado encontró un pendrive, lo abrió, encontró fotos y un curriculum, llamó a su dueño y pudo devolverlo. Otra vez encontró un celular, esperó que suene, pasó todo el día y pensó que el dueño lo había dado por perdido. Entonces llamó al último número que figuraba en la lista de llamadas y así logró dar con su dueño para devolverlo.
“Obviamente, siempre existe la tentación, pero creo que lo que no es de uno, no hay que agarrarlo”, dijo el peluquero que luce rapado. Incierto es si la dueña de los $ 100 mil ya compró el terreno por el que había ido al banco. Mientras que Sebastián, pese a que todavía no pudo alcanzar la camioneta de sus sueños, se “compró un lote” en el mundo de los buenos. (El Litoral) #Interés General