Durante el gobierno anterior se perdieron más de 12 millones de cabezas por la intervención en los mercados y la sequía de 2008/2009
Mientras el café colombiano, la banana ecuatoriana o el salmón noruego se consolidan en los supermercados del mundo, la carne argentina tiene una oportunidad única para seguir conquistando nuevos mercados y convertirse en un polo de desarrollo que genere más empleo y divisas. Para ello, el nuevo gobierno debiera impulsar políticas públicas que promuevan las inversiones para profundizar el desarrollo y el crecimiento del sector, pero en equilibrio con los segmentos más vulnerables de la población.
Según TheEconomist, entre 2010 y 2018 las importaciones chinas de carne vacuna se multiplicaron por cuarenta, e impulsó a empresas en Estados Unidos, Brasil o Australia a realizar nuevas inversiones y adquisiciones para lograr mayor escala, integración vertical y competitividad.
Mientras tanto, la Argentina aprovechó sus atributos en calidad para exportar en estos últimos doce meses un volumen casi récord. Y, aunque China es una aspiradora de productos y subproductos que absorbió casi el 80% de los embarques durante 2019, la apertura de Estados Unidos y Canadá, más Indonesia, Japón (ya están habilitadas las ventas desde la Patagonia) y México (un objetivo a lograr), permitirán una mayor diversificación de mercados.
Los avances hacia el nuevo sistema de tipificación y la modernización del Senasa son aspectos positivos, pero falta todavía desterrar la modalidad de la media res en las carnicerías y reducir las históricas asimetrías sanitarias, fiscales y de empleo en negro entre exportadores y matarifes, que ningún gobierno pudo o quiso cambiar a fondo.
Sin embargo, las propias exigencias del mercado internacional para habilitar nuevas plantas podría facilitar este proceso, aunque la falta de crédito a largo plazo para financiar esas nuevas inversiones, sobre todo en capacidad de frío, puede demorar la transformación del sector industrial.
Respecto al negocio, parte del crecimiento del sector dependerá de que los productores obtengan retornos atractivos para aumentar su rodeo y mejorar la productividad.
Pero eso dependerá, entre varios factores, de que la presión fiscal (incluyendo tiempos en la devolución del IVA) no se vuelva excesiva, a un tipo de cambio competitivo, a que el combo tasas de interés e inflación disminuyan y a que la industria pueda (y quiera) incentivar vía precio a los productores.
Según un estudio de la UCA, durante la política ganadera orientada a defender el consumo doméstico (en el gobierno anterior), las exportaciones cayeron US$10 mil millones, se perdieron casi doce millones de cabezas, quince mil empleos, y lo peor, la carne aumentó más del 400% en nueve años.
En contraste, un estudio de la Universidad Nacional de San Martín de agosto de 2018 señala que por cada 100.000 toneladas adicionales de carne exportadas se generarían unos 10.000 puestos de trabajo, mayores ingresos al fisco y US$1800 millones en divisas, con un impacto adicional del 0,07% en el PBI.
El sector carnes, junto a Vaca Muerta, tienen un enorme potencial de desarrollo y de alto impacto para el país. El filósofo chino Lao-Tsé decía: “No hay que ir para atrás ni para darse impulso”.
El autor es socio de Grupo Agrarius (www.grupoagrarius.com)