Allá en enero de 1988 andaba el Pato con su libretita pidiendo colaboraciones.
Se le había ocurrido que, como Rutas de América pasaría por Gualeguaychú, Pedal Pato, su humilde equipo, tendría que estar presente.
Ahí estuvieron sus amigos: uno prestó una moto, otro una bicicleta, otro regaló arroz y fideos para solventar la comida toda las etapas, que eran varios días.
El Pato aseguraba que que no eran menos que nadie, que el se la rebuscaba, que Prat era guapo, Que Bossio tenía experiencia, y que tenían a un tal Maistegui, un flaquito, que cuando lo veías asegurabas que podía dedicarse a cualquier deporte, menos al ciclismo.
–Vamos a andar bien–, le decía a sus improvisados auspiciantes. –Escuchen la radio, alguna vez nos van a nombrar–, aseguraba.
Sus amigos sabíamos que era difícil, correr contra los mejores equipos de ciclismo de Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, no parecía posible.
El Pedal Pato, un colectivo viejo, camisetas remendadas, bicicletas de segunda mano.
Se fueron una noche en silencio con toda la ilusión. Fue mucha gente a despedirlos. No tanto porque tuvieran fe en resultados deportivos, sino porque reconociamos la voluntad, el esfuerzo.
Entonces sucedió lo impensado: Maistegui llegó segundo en la primera etapa, y todo Gualeguaychú empezó a hablar del asunto ese del equipo de aficionados del pueblo corriendo una carrera de verdad.
Hubo otra etapa, y no perdieron ese puesto.
Un 16 de febrero de 1988 a eso de las diez de la mañana la carrera cruzó por Gualeguaychú, había un embalaje especial, venían corriendo todos los buenos, y también el “Pedal Pato”, los de Gualeguaychú, los que arreglaban la bici a martillazos.
Todo el mundo salió a la calle, y la ciudad se paralizó.
Muchos porque se acordaban de aquella historia de Copello. Querían ver que tan atrás pasarían los de acá, cual sería su papel.
Entonces, para sorpresa de todos, venían a embalar el premio sprinter bonificado toditos los buenos, buenos de verdad. Gente que había corrido en Europa, los mejores Uruguayo,Brasileños de olimpiadas, los mejores Chilenos.
Y todo Gualeguaychú en la calle.
Entonces yo no estaba en la meta, estaba a dos cuadras de la llegada. Vi pasar bien ubicados al Pato y a Ñeco, ahí a rueda de los que disputarían el embalaje.
Y allá adelante, sobre las veredas, como digo, un mar de gente que gritaba como nunca en mi vida sentí gritar a mi ciudad.
Cuando pasaron no quise ver más me di vuelta y empecé a caminar despacio para el laburo.
Con ver el aliento de la gente pegada como racimos unos a otros a gente humilde que alentaba a otra gente más humilde aún que lo único que tenía era que creían en ellos y habían logrado movilizar a todo un pueblo me alcanzaba.
Entonces sentí la ovación, sentí los gritos y los saltos de la gente por todas partes, con la radio pegada al oído: Maistegui había ganado el embalaje, y el Pedal Pato se había ganado un nombre en la historia del ciclismo del Rio de la Plata.
Pero, por sobre todo, había dado una lección que nos enseñara hace tanto Artigas, el Oriental: Nadie es más que nadie.
Ese fue el embalaje más emotivo que yo haya visto y, gracias a Dios, hay una grabación.
Si, si lo habrán visto mil veces, pero, mírenlo de nuevo. Escuchen a la gente: ese día El Pato y su equipo nos hicieron creer que si lo intentábamos podíamos hacerlo. Que todos podíamos hacerlo. y esa lección muchos no la olvidamos más.
Por eso nos emociona tanto cuando un chiquilín 25 años después gana con la camiseta del Pedal Pato, otra carrera de bicis. Aquellas aventuras valieron la pena, y siguen mostrando que nadie es más que nadie.
Fuente: Historias del ciclismo.