El lunes 14 de setiembre se recordó en todo el país el Día del Cartero, que en nuestra ciudad tiene una larga actividad, desde comienzos del siglo 19.
Se estima que para 1904 San Salvador contaba con una oficina de Correo y Telégrafo. Se cree que primeramente era una estafeta de correos que no tenía domicilio fijo y para su funcionamiento se alquilaban locales, entre ellos lo de Bordagaray.
En sus comienzos un solo cartero cubría el reparto de la correspondencia hasta que en 1913 se sumó Manuel Magariños, año en el que estaba al frente de la oficina Pedro Medina.
Al principio funcionaba en una casa alquilada, y el actual edificio comenzó a construirse en 1937 por iniciativa del diputado Juan Morrogh Bernard. Las obras fueron inauguradas el 21 de junio de 1940.
En el año del centenario de la ciudad, en 1989, era el jefe de Correos Octavio Monzalvo.
Muchos han sido los carteros que han recorrido la ciudad. Entre ellos podemos citar a don Rafael Joannás, Ricardo Santos, Rubén Rey, Néstor Armando Monge, Néstor Tito Monge, Jorge Bordet, Alfredo Negro Droz, Bayo Bordet, Julio Tero Joannaz, Jorge Santos y Eugenio Lehderos.
Como jefe hasta marzo pasado estuvo Julio Sela y en la actualidad Miguel Reinoso es el titular de Correos de San Salvador. Como carteros están Luis “Chucho” Monge y Marcelo González.
TRES GENERACIONES DE CARTERO
La familia Monge está en la tercera generación en el Correo Argentino en San Salvador.
Primero trabajo don Néstor Armando Monge, durante 30 años.
Luego le siguió su hijo, (Tito) Néstor Jorge Monge durante más de 25 años y finalmente Luis Ariel Monge, tercera generación en el correo, que lleva 10 años como cartero.
Los tres recorrieron la ciudad llevando las cartas, ya sea personales y/o de servicios en distintas épocas
PUESTA EN VALOR DEL BUZÓN POSTAL
En oportunidad de la puesta en valor del buzón ubicado en el centro de la ciudad, en julio de 2015, la docente Mirta Metzler, en nombre del Archivo Histórico hizo una reseña del buzón postal, y se rindió homenaje a Ricardo Santos, el último cartero de a caballo que tuvo la ciudad.
Recordó que los primitivos buzones que se instalaron en nuestro país se ubicaron en la ciudad de Buenos Aires y consistían en cajas de madera incrustados en las paredes de comercios o farmacias. Se empezaron a colocar en el año 1858 durante el inicio de la gestión de Gervasio A. de Posadas (nieto del primer director Supremo) al frente de la Administración General de Correos, siendo este funcionario quien impulsara a instalar los primeros seis buzones en el antiguo radio céntrico de la ciudad.
Más tarde fueron reemplazados por modelos metálicos. En el año 1874 llegan desde Inglaterra los ocho primeros buzones cilíndricos de hierro fundido tal como los conocemos ahora. Recién a fines del siglo XIX comenzaron a fabricarse en nuestro país, con el característico “sombrerito” de estilo inglés y pintado en rojo. Los buzones fueron distribuidos en todas las ciudades del interior del país.
En ese sentido, Metzler destacó: “En los primeros años de San Salvador la comunicación se hacía mediante la mensajería de Mayol, otro medio fue el ferrocarril con su estafeta postal. No se ha encontrado la fecha exacta en que se inició el funcionamiento del correo, aclaró, pero según información del diario de Concordia de 1904 se menciona que San Salvador tiene oficinas de Correo y Telégrafo. Se cree que primeramente era una estafeta de correos que no tenía domicilio fijo y para su funcionamiento se alquilaban locales, entre ellos lo de Bordagaray. Hacia 1913 era jefe de Oficina de Correo Don Pedro Medina y había dos carteros”, rememoró.
Para 1933 ya se había instalado este buzón pilar y las oficinas funcionaban en casa de Armando Alejandro Leites, agregó Metzler.
El 21 de junio de 1940, concluida la obra, se inaugura el nuevo edificio del correo que conocemos hoy. Era presidente de la Nación el Dr. Roberto M. Ortíz y el jefe de la flamante oficina de San Salvador el Sr. Gabino Marcelo Cettour. Con el tiempo, el empleo de nuestro buzón fue disminuyendo hasta convertirse en un símbolo de una época pasada, expresó.
Nuestros queridos buzones tuvieron distintas tonalidades de colores desde que llegaron de Inglaterra en 1874, dijo Metzler. En 1972 con la creación de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos (EnCoTel) los buzones tomaron el color institucional de la empresa luciendo de “negro y amarillo” en las esquinas porteñas a la par de los taxímetros. Luego con la llegada de la democracia en 1983 se decide pintar a los buzones con un “exótico” color verde claro. Por suerte esta desafortunada elección duró poco tiempo ya que a comienzos de 1987 nuevamente los buzones volvieron a lucir orgullosos su clásico color rojo. Pero no será esta la última pintada de los buzones ya que con la privatización de EnCoTel en 1997 la empresa de correos pasa a manos privadas con el nombre de Correo Argentino que decide pintar sus buzones con los colores institucionales de la empresa luciendo un llamativo color “Azul y oro”, disposición que no durara mucho ya que en 1998 la empresa concesionaria decide reimplantar el clásico color rojo, recuperando su color.
Hay una razón que va más allá de lo meramente histórico y se adentra en el territorio de la identidad colectiva, porque los buzones son un hito: Nos ponen en contacto con la pregunta de algún niño y el poder contarle que durante mucho tiempo se escribían cartas en papel. Son una marca de identidad que nos remite a ese intercambio epistolar y lo importante es poder ir caminando y verlos en las esquinas, como todos los referentes patrimoniales que vemos en nuestros recorridos diarios. Porque antes de que la vida fuera un todo globalizado y que cada habitante pudiera comunicarse en simultáneo con cualquier rincón del mundo, las cartas eran los medios más preciados para recibir noticias y dar abrazos, y los buzones, los pacientes depositarios de sueños, desazones y esperanzas.
RECUERDO DE RICARDO SANTOS
En la oportunidad se recordó a Ricardo Santos, el último cartero de a caballo que tuvo la ciudad. Nació el 30 de abril de 1931. Fue un aficionado al fútbol en Patronato, desaparecido club de San Salvador. Partió a Buenos Aires y en 1955 ingresó como cartero de la sucursal 55 de Capital Federal hasta 1958 cuando fue trasladado a San Salvador. En su regreso a la ciudad natal siguió ligado a su pasión del fútbol, en especial a Unión y Fraternidad, donde -siendo uno de sus fundadores- ejerció la presidencia en la primera comisión directiva con personería jurídica en el año 1959.
Le tocó cumplir la mayor parte de sus años de cartero cuando la ciudad era más pequeña, con gran cantidad de baldíos y muchas calles de tierra, que al igual que otros compañeros de trabajo entregaba la correspondencia recorriendo su sección a caballo. La ciudad siguió creciendo, el ripio fue cubriendo calles y avenidas. El progreso se fue llevando a los carteros a caballo, sin embargo Ricardo Santos pudo seguir desarrollando la tarea de esa manera hasta fines de la década del 70. En la soleada tarde abril de 1980 cuando se hallaba trabajando en la cancha de su querido club Unión y Fraternidad, con solo 48 años de edad falleció repentinamente, llenando de sorpresa, congoja y estupor a familiares y a sus amigos. Años más tarde se designó con su nombre al Complejo Deportivo de Unión y Fraternidad, mientras Ricardo Santos sigue transitando en la nostálgica ya larga calle del recuerdo como el último cartero a caballo en la ciudad que lo vio nacer.