Don Renzo Bernard está radicado desde hace varios años en San Salvador, pero nació en Villaguay, luego se crió en Colonia Hambis donde hizo la escuela primaria hasta 6º grado. Ya como adolescente se trasladó a Arroyo Barú, donde conoció a Nela Villón, con quien se casó hace 57 años, trabajando los dos gran parte de su vida en el campo.
“En el campo nos dedicábamos a la ganadería y la agricultura con mi padre”, dijo. Arrancó desde abajo, cargando las bolsas en un carrito, hasta llegar a sembrar arroz y terminar en la ganadería, una de sus grandes pasiones.
Así empezó la historia de don Renzo Bernard que, entrevistado por NUESTRO HOMBRE DE CAMPO, describió con detalles una vida forjada con sacrificio que le dio muchas satisfacciones.
DESDE JOVEN EMPEZO A TRABAJAR EN EL CAMPO
En Arroyo Barú ya trabajaba desde chico, a los 16 años tuvo que ponerle el hombro a las tareas de la tierra. En los primeros tiempos colaboraba en la cosecha del arroz cuando todavía se trillaba en bolsas.
Era en Colonia San Antonio, en Pueblo Cazés, cerca de La Clarita, donde empecé a trabajar el campo con mi tío Augusto Bernard. Yo era encargado de llevar las bolsas que se colocaban en un carrito con tres caballos, muchas veces dentro del barro y las taipas.
Las hectáreas que se sembraban no eran muchas porque no había abundancia de agua como ahora. Teníamos caños de 15 cms de diámetro. Se hacía un ante pozo para facilitar extraer el agua. El ante pozo se llamaba sótano y tenían unos 5 metros, según la distancia. En el ante pozo colocábamos una escalera de madera para llegar hasta abajo y colocar la bomba que consistía en un rotor con aletas. Arriba había un tractor atravesado al ante pozo con una polea y una correa hasta el ante pozo para sacar el agua. Todo dependía de la profundidad en la que se encontraba el agua.
El sótano era calzado con ladrillo de horno. Desde el ante pozo, que era para alivianar la salida del agua, se hacía otro orificio hasta llegar a la napa.
En aquel entonces existían los tractores marca Arpa, John Deere, Forzo, Casse,
En esa época, hace 65 años, (año 1955) todo se trillaba en bolsas. Estaba el que cocía las bolsas y el que las enganchaba. El enganchador se encargaba solo de sacudir la bolsa para que se llene bien y se la alcanzaba al bolsero que se encargaba de cocerla con no más de siete puntadas para hacerlo rápido. El arroz tenía buen rinde. Para hacer rápido el proceso el enganchador tenía lista otra aguja para que no pierda tiempo el cocedor, detalló don Renzo.
Con gran entusiasmo nos siguió contando: “Las bolsas se colocaban en una plataforma (dos o tres bolsas según las máquinas). Todo se complicaba por el barro que había entre las taipas, entonces estaba la persona que se llamaba colero, que se encargaba de juntar las pajas. Entonces al llegar a una taipa las colocaba ahí y con el pedal la pisaban y acomodaba las bolsas para que no reciban más humedad”.
En aquel entonces había tres variedades de arroz. El Yamani, un granito muy contenedor de la humedad, que era chico y grueso. Después estaba el Chacarero, un grano más largo; y el largo fino.
Luego las bolsas que estaban acaballadas sobre las taipas, yo me encargaba de cargarla en un carrito porque no había goma pala y las máquinas trabajaban con orugas de hierro. En el carrito se cargaban 12 bolsas canteadas.
Después, a la orilla de la chacra, había un chatón tirado por un tractor con ruedas de hierro que se llenaba a la tardecita. El arroz salía con cáscara y se lo secaba al sol porque no había otra forma de secarlo. El secadero estaba ubicado en una zona alta del campo donde poníamos lonas de arpillera, unidas y cocidas con agujas. Siempre y cuando el piso estaba seco se desparramaba el arroz que dejábamos dos o tres días. Le pasábamos unos rastrillos de madera con tacos de 6 cms., que removía el arroz para que el sol ingrese en todos los granos, recordó Renzo.
Luego de secado en las lonas, el arroz se volvía a embolsar con la pala ancha de madera. Seco llegaba a 48 a 50 kilos por bolsa. El arroz se entregaba a Bunge & Born de Molinos Río de la Plata, que se cargaba en los trenes de carga en Barú, Clarita, acotó Nela, la compañera de Renzo desde hace 57 años.
“Mi padre había comprado un molinito para elaborar arroz chico. Solo le sacaba la cáscara y quedaba como arroz integral, que tenía más sabor que el arroz que consumimos hoy. Muchos productores de la zona llevaban una bolsa para que lo elaboremos con el molinito porque les gustaba más el arroz integral”, recordó don Renzo.
Para ese trabajo teníamos los viernes y se hacía todo en un solo día a la semana. “Ese molino de marca Chintale está expuesto en el Museo de Villa Elisa”, apuntó doña Nela Villón.
En esa época también se criaban muchas gallinas y nosotros producíamos el maíz. Teníamos una máquina que lo quebraba y hacíamos harina de maíz, que se vendía a toda la colonia, agregó. “Se llamaba harina de maíz, pero la sacábamos un poquito más gruesa que la que se ve ahora, y a la gente le gustaba porque no se formaba tanta pasta”, dijo Renzo.
Además, producían alimentos para la hacienda. Es así que a la estancia de Arroyo Barú le mantenían los animales. La mezcla de granífero, maíz, trigo y todo lo que le traían los productores se hacía con las máquinas quebradoras a martillo de distinto tipo de zaranda. Era un pequeño molino el que tenían en Arroyo Barú, destacó Nela. Incluso llegaron a sembrar lino en campos alquilados a Ramón Lugrín en Colonia San Ernesto.
En el ínterin, antes de emigrar a la capital, nos fuimos a Puntas de Gualeguaychú para dedicarnos al arroz en una sociedad con mi papá Santiago Villón y mi hermano, donde teníamos dos pozos, secadoras, silos, y demás, apuntó Nela Villón. Esto ya hace 52 años.
Con la crisis del 50 falleció mi papá y fuimos productores de leche. Teníamos un pequeño tambo para Nestlé. Ordeñábamos a mano 12 vacas a las 4 de la mañana y todos los días pasaban los camiones a las 8, recordaron.
LA CRISIS Y LA HORA DE EMIGRAR A BUENOS AIRES
Pero luego vino la crisis y no había rentabilidad en el campo. Las cosas habían cambiado y como había otras posibilidades en Buenos Aires decidimos emigrar, acotó Nela Villón.
Pero las pocas hectáreas de campo que teníamos no las vendimos, sino que las alquilamos y con los bienes móviles que teníamos estaba calculado comprar una casa para refaccionarla y un sitio. Así lo hicimos, mientras tanto vivimos en la casa de mi cuñado unos tres meses, recordó Renzo. En Buenos Aires trabajé en el Jockey Club y en el GEBA.
Apenas llegué a Buenos Aires empecé a trabajar de ayudante de albañil y mi señora colocó un pequeño taller de costura. Viviendo en Berazategui, un día hablando con un vecino le ofreció un trabajo en el Jockey Club como ayudante de cocina y acepté el desafío, recordó Renzo. Allí estuvo tres años, hasta que entró a UTEDYC (Unión de Entidades Deportivas y Civiles).
Viajando en tren todos los días una hora y media de ida y de vuelta, charlando con un compañero, me comentó que había un tal Carlos Almada que era entrerriano y ayudaba a los entrerrianos. Me conecté con él y entré en UTEDYC, cerca del Obelisco. Así fue que empezó a trabajar en el GEBA (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires) en la sala de máquinas donde se generaba el vapor para las piletas de natación y los baños en los distintos pisos.
Trabajaba en un subsuelo en una sala de máquinas y en el GEBA llegó a trabajar más de 20 años hasta que se jubiló. Mientras tanto el campo que tenían en Entre Ríos lo alquilaban y con todo el esfuerzo de años de trabajo pudieron progresar y sumar otras hectáreas para dedicarse siempre a la ganadería.
“Cuando veníamos de vacaciones solo íbamos al campo. Nuestras vacaciones no eran en la costa de Buenos Aires. Veníamos acá y organizábamos los trabajos y como nos fuimos para volver algún día, regresamos para quedarnos juntos en San Salvador”, indicó Renzo Bernard. “Nuestro terruño está acá. Somos entrerrianos y a nuestra tierra queríamos volver. Y siempre le pedía a Dios poder volver los dos juntos y Dios nos escuchó”.
Hoy hace 18 años que regresaron a estas tierras, donde se dedican a seguir con la ganadería, la gran pasión de Renzo, que, a sus 83 años, sigue yendo al campo todas las semanas, donde se encarga de controlar todas las tareas para alimentar el ganado. “Soy un amigo de los animales. Tengo una yegua y a veces comemos pan boca a boca. Es mansita, regalona, la única que me está quedando”, dijo con emoción. Después tengo un toro manso, los que se amansan dándoles de comer. Yo me siento tomando un mate y el toro come pegado al comedero. Es un lindo toro. Uno se va haciendo amigo de los animales”.
Hoy siguen con la ganadería, a la vez que le alquilaron unas 10 has. a un vecino que estaba sembrando arroz.
“Con la sequía que estábamos padeciendo hasta hace unos días estábamos con el cinto ajustado. Las rajaduras, el pasto seco y las praderas que no se recuperaban. Pero estas lluvias de estos días fue agua bendita que nos cayó del cielo”, apuntó Renzo Bernard.
“Dos veces tuve que salir llorando del campo. En una oportunidad hice una venta de terneros, unos 7/8, que los cargamos y el camión se fue. Al otro día fuimos a ver como estaba el campo y fuimos en la camioneta Peugeot caja colorada y cabina blanca, cuando llegamos una vaca cuando vio la camioneta nos reconoció y se vino corriendo adonde estábamos. Lo que me quiso decir esa madre era saber si le traía el ternero”.
EL MOVIMIENTO DE TROPAS DE GANADO
Recordó que “hace 52 años no había la tecnología de ahora, ni el transporte para llevar la hacienda de un lugar para otro. “En esa época el movimiento del ganado se hacía desde los campos de la zona, entre ellos el nuestro, hasta los locales de remate de La Regina y de Arralde, donde se hacían ferias muy seguido en la zona de San Salvador. Los traían arreando. También se llevaba la hacienda arreando desde nuestro campo hasta el frigorífico de Liebig y de Yuquerí. Se formaban tropas de 80 a 100 animales y se iban haciendo escalas con caballos de refuerzo”.
Para los remates se salía a la madrugada hasta llegar al remate que empezaba a las 10 y a las 2 de la tarde estaba todo terminado, recordó, después de hablar con don Bochatay de Lucas Sud, que también estaba en el traslado de la hacienda. Fernando Rodriguez / Nuestro Hombre de Campo.