No fue un momento más de la marcha por la vida en Concordia, cuando Noelia, una joven vestida con pantalón negro y una remera blanca con una inscripción en defensa de la vida, tomó el micrófono y comenzó a hablar.
En lo que fue la culminación de los actos previstos por el Día del Niño por Nacer, con una valentía singular, la joven se atrevió a transparentar su historia más íntima, convencida de que su testimonio podía ser de utilidad para otras jóvenes.
A medida que fue avanzando en el relato, el silencio del público que ocupaba gran parte de la Plaza 25 de Mayo, desde el gacebo hasta la esquina de Urquiza y Mitre, se volvió profundo, mientras algunas lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de los más conmovidos.
Tal vez a más de uno le habrá parecido que, con el correr de los minutos, Noelia se iba agigantando, como si la fuerza de su testimonio hiciera que su voz y su humanidad abarcaran toda la plaza.
Quizá el asombro se adueñó de muchos, admirados por el coraje de alguien que se atrevía a abrir su corazón y exponer ante una multitud el camino que recorrió, desde aquella desesperación inicial, atravesada por el deseo de abortar, cuando ella aún cursaba estudios secundarios.
El relato de Noelia
Cuando tenía 18 años conocí un chico. Nos pusimos de novios un verano. Estuve con él, la pasamos bien, tuvimos un lindo noviazgo. Estuvimos íntimamente juntos. Yo decido terminar la relación con él porque creí que era lo mejor, sin darme cuenta que estaba embarazada.
Empezaron a pasar los días y yo comencé con el atraso, como le decimos las mujeres. En mi mente me decía “ya va a llegar”, “no pasa nada”. Pasaron un par de días, pasó una semana, pasaron dos, y yo seguía diciéndome “seguro que no estoy embarazada, ya va a llegar”. Y me puse a pensar “y si llego a estar embarazada, ¿qué pasa?”. No va a pasar nada, lo voy a tener porque es lo que tengo que hacer, porque el bebé no tiene la culpa.
Hablé con el papá del bebé y le dije “necesito sacarme la duda”. A los 18 años yo no tenía un plan, no tenía un proyecto de vida, no había terminado la secundaria, no tenía un objetivo.
Entonces, fui a la escuela a la tarde y cuando vuelvo decido hacerme el Evatest. Yo rogaba que salga solamente una línea, pero fue cuestión de segundos para que aparezcan las dos líneas rosadas y yo sentí que mi mundo se venía abajo. Yo creí que era un problema lo que llevaba en el vientre.
Lo primero que hice fue buscar un culpable. No pensé que era yo la responsable de esto sino que busqué un responsable. Agarré el celular y le escribí al papá de mi bebé diciéndole “estoy embarazada, es tu culpa”. Lo insulté y le eché la culpa a él, creyendo que era el culpable.
Caminé por toda la casa, por todo el comedor y dije “algo tengo que hacer, yo no lo puedo tener”. Dos semanas antes pensaba “lo voy a tener” pero cambié de un momento para el otro y me decía “yo no lo puedo tener, ¿qué van a decir mis padres?, ¿qué va a decir la sociedad?, ¿qué hago yo con un hijo a los 18 años, si ni siquiera sé que hacer yo de mi vida?, ¿qué voy a hacer con una criatura que no es por un ratito sino de por vida?”
Yo pensaba “esto es un problema, un obstáculo para mi vida”. Entonces pasaron los días y mamá se dio cuenta que yo estaba embarazada. Yo a esa altura ya había buscado en internet, iba al ciber cerca de mi casa y buscaba. Ponía “necesito abortar”, literal, o “¿cómo puedo abortar?, ¿qué métodos hay?”
Salían los distintos métodos, testimonios en internet de chicas que habían abortado. La famosa pastillita que todos conocen. Pero también decía que podía terminar en un hospital. Mi miedo era terminar en un hospital, con mis viejos al lado, llorando y diciendo “¿¡qué hiciste Noelia!?” Pero también mi miedo era no abortar y que la criatura nazca con problemas físicos o físicos.
Un día se enteraron mis viejos, porque se dieron cuenta por mi manera de actuar y se acercaron a mí. Lo primero que le dije a mis viejos fue “yo no lo quiero tener”. Era un momento de desesperación terrible, en el que uno piensa que hay que buscar una salida rápida antes de que se entere todo el mundo de que estás embarazada. Una desesperación que no te hace pensar, ni con el corazón ni con la cabeza. Pensás que tenés que sacártelo de encima ya, viendo al bebé como un problema.
Le dije a mi papá “yo no lo quiero tener, sacámelo papá por favor”. Mi papá me dijo, acariciándome la cabeza: “No Noelia, vos no sos Dios para quitar la vida”. Mi papá siguió: “el único que da la vida es Dios y vos no podés quitarla”. Yo le respondí “pero papá, yo no lo quiero al bebé, entendeme”. Yo buscaba a alguien que me dijera “sí Noelia, te ayudo a abortar”. Eso buscaba yo.
Pero mi papá me dijo “no”. Y mi mamá, entre lágrimas, me acompañó. Yo no sabía cómo mirar a la cara a mis viejos. No sabía cómo salir de mi casa, porque creía que todo el mundo sabía que yo estaba embarazada. Fueron los tres meses más largos de mi vida. Llegaba de la escuela, me acostaba en mi cama y lloraba.
Yo quería hacer las cosas bien. Había terminado con ese chico y me dije “voy a empezar a hacer las cosas bien”. Justo pasa esto. Me había enojado con todos, inclusive con Dios, porque pensé que esto era un castigo para mí, porque yo ¿qué iba a hacer con una criatura?
Mamá me acompañaba en silencio a cada análisis, a cada consulta médica. Y yo no les puedo explicar la sensación al escuchar el corazón del bebé. Y yo por dentro estaba contenta de saber que el bebé estaba bien, pero sentía que no lo podía transmitir porque no tenía por qué festejar, porque para mí esto era una vergüenza.
Un día a la noche sentí algo extraño. Ni sabía si era una patada. Me quedaba callada ante cada cosa que pasaba, porque tenía vergüenza de preguntar. Y mi hermana me dice “ya van cinco meses, ¿no sentiste pataditas?” Le pregunté cómo eran y ahí me di cuenta que eran patadas, que el bebé me decía “estoy bien, acá estoy”.
Me acuerdo que una mañana me levanto, habíamos hecho la ecografía, era una nena, y mi mamá me dice “tomá, para mi nieta, un regalo”. Viene mi hermana y me dice “un regalo para mi sobrina”. Y así, poco a poco, yo fui reconciliándome, me fui soltando por decirlo así, y me fui dando cuenta que yo no llevaba un problema. Yo llevaba una vida, una vida que efectivamente me cambió, sí, seguro que me cambió, ¡pero nunca me cambió para mal!
Quiero decirle a aquellas personas, a aquellas chicas que tal vez lo hicieron, que lo hablen, que puedan decir que lo hicieron, pero que sientan que hay una salida, una oportunidad. Yo no me quedé con lo que hice y seguí adelante. La bebé nació y está bien y si me esperan un minuto, puedo ir a buscar a alguien. . .
Noelia con su hija
El bebé no es parte del cuerpo de la mujer
Primero había tomado el micrófono el Dr. Carlos Vallejos. Haciendo gala de su experiencia docente, explicó el comienzo de la vida desde la fecundación y enfatizó que es el propio bebé implantado quien “fabrica su casita” cuanto aún la madre no registra su presencia.
“Cuando la mamá se da cuenta que le falta la menstruación, el niño ya lleva viviendo en su casita por lo menos una semana. Cuando cada uno de nosotros nació, echaron fuera la casita que se llama placenta. Es la casita que el bebé fabricó en el útero de la mamá y a través de la sangre recibió nutrientes, pero desde los primeros días él ya tiene sus propios glóbulos. Por eso su grupo sanguíneo no es igual al de su mamá, le es exclusivo. Ese niño es una nueva vida que se formó a partir del aporte masculino llamado espermatozoide y del femenino llamado ovocito”, explicó Vallejos.
Tras los aplausos, el médico concluyó: “No tenemos derecho a decir que el bebé es parte del cuerpo de la mamá. En un sentido poético lo es, como es parte de la mamá el bebé que lleva en brazos. Pero si Usted no tiene derecho a matar el bebé que está en los brazos de esa mujer, no tiene derecho a matar el bebé que está en el útero de esa mujer”.
También brindó su testimonio la abogada Silvana Medina. Con el texto de la Constitución Nacional en sus manos, Medina remarcó que cualquier intento de despenalizar el aborto entrará en abierta contradicción en la Carta Magna que ocupa la cúspide del sistema jurídico de la Argentina. Fuente: Osvaldo Bodean – El Entre Ríos