Tres décadas atrás, el padre de Darío Miller logró comprar 30 hectáreas de campo en Colonia Merou, un asentamiento fundado por “los alemanes del Volga” que está enclavado a 20 kilómetros de Crespo y otros tantos de Paraná. Si uno busca en Internet encontrará que ese pueblo destaca porque sus habitantes se dedican a la “agricultura, la avicultura y la ganadería”. También porque la colonia “tiene una institución escolar en todos sus niveles, de destacado nivel educativo”. Es algo que los enorgullece: tiene primaria, secundaria y nocturna.
Esa misma escuela se está trasformado ahora en un dolor de cabeza para los productores agropecuarios de la colonia. Hay 11 que son vecinos directos de ella.
Lo más grave que sucedió en la historia de Colonia Merou, según algunos escritos, es que allí habría estado escondido durante un par de meses el asesino de Justo José de Urquiza, hace unos 150 años atrás. Lo más grave hasta ahora, pues en estos tiempos los productores locales son considerados sospechosos de cometer todo tipo de tropelías a la hora de utilizar agroquímicos.
No son tildados de ‘asesinos’ y otras barbaridades solo los productores de Colonia Merou sino todos los de las provincia de Entre Ríos. A pedido de organizaciones ambientalistas y del gremio de los docentes, la Justicia provincial prohibió aplicar esos insumos a menos de 1.000 metros a la redonda de las escuelas. Tres mil se la aplicación fuera con aviones.
“Acá nadie está queriendo envenenar o destruir la tierra o el medio ambiente. Somos los mismos propietarios: tenemos arroyos, montes y todo esto que siempre se ha tratado de cuidar y mantener”, se defiende Darío, que hizo la primaria en la escuela que está ubicada en uno de los vértices de su campo. Esa escuela que ahora irradia una prohibición sobre esas 30 hectáreas que los Miller dedican básicamente a la producción de leche.
“Yo hice la primaria en esta escuela y siempre se cuidó este tema. Yo estuve tres años en las ferias de ciencias, y los trabajos que se hicieron fueron sobre el cuidado del medio ambiente y todas esas cosas. Estoy al tanto y siempre trató de cuidarlo. Es una cultura que está en uno, digamos. Mantener el medio ambiente y ser amigable, y respetar las cuestiones de la naturaleza”, nos contó el productor que ahora está impedido de usar agroquímicos en su propio campo. Allí, además del tambo, hay unos pocos porcinos que cría Darío. Y también se hace algún lote de agricultura.
Desde su sencillez, Darío nos da una verdadera clase de agronomía. Primero nos cuenta que de vez en cuando en el establecimiento familiar “se hace algún lote para rotación de cultivos, para no matar la tierra”. Es el ABC del productor, rotar el uso de la tierra para no caer en el monocultivo ni en nada parecido. “Siempre hay que hacer un cultivo rotativo y por ahí se necesita de agroquímicos”, nos explica el joven Miller.
La segunda lección que nos brinda es que los demonizados agróquímicos han servido todo este tiempo -en los últimos veinte años, por lo menos- para evitar un mal mayor de la agricultura moderna. A través de la siembra directa, sin laboreos, se reduce significativamente la erosión de los suelos. Eso, en Entre Ríos, es un grave problema.
“Hoy en día, como están las cosas, cuando las fracciones de campo son muy chicas, (la de los insumos químicos) fue una tecnología que llegó para agilizar los tiempos de siembra y los controles de malezas. Antes se utilizaba una herramienta, un disco o un arado, y eso terminó degradando la tierra. A través de estos aqroquímicos se mejoraron tierras por el hecho de no hacerle una rotación con una herramienta, y se saca un mejor provecho de las hectáreas que uno está cultivando”, nos ilustra el pequeño productor.
Para Darío, suena muy injusto que -en este contexto- se los tilde de asesinos y todas estas cosas.
Nos dice: “Imagínese que nosotros estamos tratando con esos productos. Es cierto que hay que respetarlos y manejarlos con el debido cuidado, como debe ser, pero nosotros somos los que estamos trabajando y aplicando. Siempre hay alguien en la familia que se dedica a eso. Y lo estamos haciendo sobre campos propios, no somos ningún tercero que está brindando servicios”.
-¿Y qué sentís cuando te prohíben trabajar así cerca de la que fue tu escuela?
-Son como sentimientos encontrados. Siempre estuve orgulloso de tener la escuela que tengo, con tres niveles. Desde que yo tuve primario al día de hoy la escuela ha avanzado muchísimo. Es una pena que ahora la estén utilizando para complicar a la gente que está alrededor. Y es solo una excusa. Si vamos a lo que dice la ley, están prohibiendo las pulverizaciones alrededor de las escuelas rurales, mientras que en las zonas del periurbano sí se dejan utilizar agroquímicos. No hay una lógica sobre eso.
Darío nos dice que no está en contra de los controles y las capacitaciones, aunque aclara que “en la colonia no hay un tractorista o maquinista que se suba al tractor o la máquna sin saber lo que debe hacer, porque nadie desconoce las precauciones que hay que tomar”. Para el tambero, “la complicación es la prohibición”.
-¿Y podrías reconvertirte hacia un sistema de producción sin agroquímicos?
-De un día para el otro es difícil pensarlo. Sin ayuda, además sino todo lo contrario: lamentablemente el campo siempre es el que tiene que dar más. Yo no digo que con el paso del tiempo haya algún cambio, y no estaría en contra tampoco. pero el hecho de prohibir a un productor chico es como matarlo, ponerle le pie en la cabeza y decirle ‘ahí te quedás’”. Fuente: Bichos del campo.