China y la interminable pelea por la soja

El gigante asiático lideró por décadas el crecimiento de la demanda de la oleaginosa y las proyecciones futuras muestran que aún tiene camino por recorrer.

Veinticinco años atrás, en 1996, China producía y consumía cerca de 15 millones de toneladas de soja y no tenía gran participación en el comercio global. En la actualidad sigue produciendo la misma cantidad, pero consume 115 millones, lo que requiere de un creciente volumen anual de importaciones. Hoy en día es el mayor destino de los flujos, recibiendo dos de cada tres barcos de poroto comercializados internacionalmente. El continente americano es su único abastecedor regular, alternándose Estados Unidos y Brasil-Argentina en función de la estacionalidad de las cosechas.

Proyecciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) apuntan a que las compras chinas continuarán creciendo en la próxima década, hasta llegar a 140 millones de toneladas en 2030, cifra equivalente a una expansión promedio del 3,5% por año. Fruto de la mejora tecnológica y la introducción de nuevos cultivares, los rendimientos crecen “tendencialmente” a un ritmo que oscila 1-2% anual, lo que supone que para abastecer a la demanda se necesitará también de mayor superficie cultivada.

Estamos en principio ante una buena noticia para la economía de los países productores, particularmente en el cono sur, una región en donde la oleaginosa prácticamente no se consume. En el caso puntual de Argentina, la ecuación económica del cultivo está sujeta a una enorme controversia ya que el estado captura unos US$ 500 por hectárea sólo en concepto de derechos de exportación, suma que en algunas zonas del país más que duplica la renta que obtienen los productores que -a su riesgo y gestión- conducen la campaña.

Tratándose de un cultivo tan relevante para el interior productivo, para el que se hicieron cuantiosas inversiones y el Estado tiene tanta dependencia en materia de recaudación, surge la inquietud respecto de qué tan firme es la demanda y el potencial de sostenimiento de los precios a largo plazo, más allá de los vaivenes que día a día tienen las cotizaciones en el mercado. ¿Qué es lo que hace que China requiera volúmenes crecientes de esta oleaginosa?

Lo primero a destacar es que, a grandes números, por cada tonelada de soja que ingresa en líneas de molienda, se extraen 195-200 kg de aceite y 760-770 kg de harina. Las fábricas chinas, ubicadas mayormente en su corredor marítimo oriental, reciben y procesan en total unas 300.000 toneladas diarias con las que abastecen de productos a su explosivo mercado interno.

En China el aceite se destina en forma preponderante al consumo humano, tanto para su presencia directa en la góndola -puro o mezclado con otros aceites- como para el canal de preparaciones de la industria alimenticia, bajo la forma de conservas, enlatados, salmueras, etc. De la molienda anual de 100 millones de toneladas de soja resultan entonces unas 20 millones de toneladas de aceite, que permiten cubrir un consumo por habitante de 14 kg/año. El resto de la oferta de aceite del mercado interno chino -estimada en 27 kg/año, nivel similar al de Argentina- deviene principalmente de importaciones de aceites de palma y girasol, así como también procesamiento de colza/canola y otras semillas menores.

El mercado de aceite cuenta con amplia diversidad de sustitutos y es muy variable en función de elementos culturales y de los gustos de la población. Muchas veces las pautas de consumo están también determinadas por el movimiento de los precios relativos, en función de la disponibilidad. No se trata del mayor determinante de la demanda de soja, por lo que conviene explorar con mayor detalle lo que ocurre con la harina, producto de elevada densidad energética y proteica que satisface las necesidades nutricionales que requiere la producción animal, principalmente de pollos y cerdos.

El proceso de urbanización de China iniciado en los 80 cambió para siempre los hábitos alimenticios de su población, tendencia reforzada por la voluntad de su gobierno de propiciar una creciente oferta de carnes que lleve la dieta estándar a niveles cercanos a los occidentales. El consumo medio de carnes en China se encuentra en la actualidad en torno a 50 kg/año por habitante, poco menos de la mitad que en Argentina, pero en torno al promedio mundial. Dado el peso demográfico del país, se trata en la actualidad de un mercado gigantesco que hace pocas décadas era una mínima fracción de lo que es hoy.

El consumo de cerdo se encuentra actualmente en 34 kg/año por habitante y es cubierto en forma doméstica en un 90%. Se estima que la producción de carne porcina continuará su lenta recuperación tras la crisis causada por la gripe porcina africana (ASF) en 2018-19 y alcanzará este año una cifra superior a 43 millones de toneladas (res con hueso). Semejante volumen surgirá de una faena próxima a 530 millones y un consumo de harina de soja no menor a 40 millones de toneladas. Si bien la piara se ha reducido, cerca de la mitad de los cerdos del mundo están en China y hay que alimentarlos. Noticias en torno a nuevos brotes de ASF son desde ya una fuente de preocupación.

En pollo el consumo de la población es significativamente menor, en torno a 10 kg/año por habitante, con una cobertura del 95% por parte de la producción local. Se trata de un mercado de 15 millones de toneladas y un consumo de harina cercano a 9 millones de toneladas. Los chinos de a poco han aumentado también su apetito por leche, huevos, lácteos, etc. Otros usos de la harina son la ganadería, que ocupa una participación minoritaria y la alimentación de peces de piscifactoría.

Hasta tanto el gigante asiático sostenga su voluntad de priorizar la producción animal en territorio propio, las importaciones de soja -y quizás granos forrajeros- continuarán su tendencia ascendente y forzarán a los grandes orígenes de América a sembrar más, vía precios atractivos. Un punto de inflexión podría presentarse si en el futuro se desarman las barreras para la importación de carne y la producción de ésta se traslada a los países productores, fortaleciendo el agregado de valor en origen. Sería una señal en favor de la eficiencia y los estándares sanitarios. Muy gradualmente, a medida que el consumo alcanza cifras insostenibles, China empezará a dar señales en este sentido.