El productor, que en días arribará a los 82 años, señaló que toda “mi vida he trabajado y aún sigo haciéndolo”. En sus 8 décadas alcanzó a trabajar la tierra con caballos porque su padre no se animaba a comprar un tractor, construyó un pozo para una pequeña arrocera, llevó adelante un emprendimiento de piscicultura, perdió toda una cosecha del cereal por una feroz devaluación a mediados de los 70′ y fue ladrillero para pagar las deudas.
Por Fabián Miró
En una jornada calurosa en Colonia La Florida, ElDía llegó al campo de Aldo a conocer su particular historia de vida. El veterano productor discutía amablemente con su hijo Dardo y su nieto Simón en como arrancar el Zetor que se había empacado. Finalmente lo lograron y Aldo se hizo un lugar en su jornada de trabajo para charlar un rato, pese a que es de esas personas a las que no le gustan las luces de las cámaras y los micrófonos.
“Fui hasta segundo grado a la escuela de la Colonia que lamentablemente, hace un tiempo cerró por la falta de gurises”, comenzó relatando su historia, y acotó que “La Florida era una colonia muy linda, con tres escuelas, un boliche, una carnicería, una cancha de fútbol y una cantidad importante de gurises que le daban mucha vida al lugar”.
Albo Bel fue testigo de otros tiempos en su Colonia La Florida, Urdinarrain, cuando la misma estaba llena de productores, cuyos hijos concurrían a un establecimiento educativo que desde hace un tiempo cerró por la falta de alumnos.
Con el correr del tiempo, “todo se fue terminando por la falta de caminos, como en tantos otros lugares, la colonia se fue quedando sin sus pobladores originales, registrándose un éxodo importante por las limitaciones que teníamos. Llovía y quedábamos literalmente aislados de los centros urbanos ante cualquier emergencia o necesidad”, planteó.
Rememoró que en sus “tiempos mozos” ataban un caballo y salían igual con un sulky o en un carro ruso, pero la llegada del automóvil, que fue un progreso para la movilidad, en parte fue un problema porque se encajaban, formaban huellas y quedaban varados en el camino.
“La gente se cansó, los chicos crecieron y buscaron nuevos horizontes, un poco por las limitaciones destacadas, además de que el campo no daba para dos o tres familias”, explicó, y recordó que en la zona vivían sus tíos Conrado Bel, Juan Carlos Bel y vecinos como los Sturtsz, Praderio, Mogni, entre otros.
Caer y volver a levantarse
Cuando laburaba con su padre, este no se animó a comprar un tractor y trabajaban con caballos, tiempos en lo que hacían lino, trigo y maíz a pequeña escala (no más de 20 hectáreas). Además, criaban gallinas ponedoras y trabajaban la quinta, ya que “casi que no se compraba nada para vivir, se hacía todo en la casa en una familia compuesta por 8 hermanos que trabajamos codo a codo con nuestros viejos “.
Pasó el tiempo y Aldo se metió en un crédito en el Banco Entre Ríos, y adquirió, en 1973, un “John Deere para trabajar en la arrocera que teníamos en nuestro propio campo”. Con la Arrocera en el año 1970 “no me fue del todo bien y solo pude cubrir los gastos porque no se pagaba bien el arroz, en el segundo año me fundí; mientras que en el tercero enganché una buena cosecha”. Previo a esta última, Aldo se dedicó a la fabricación de ladrillos, por la sencilla razón de que “había que pagar las deudas”.
Todavía conservo el molde con el que hacía los ladrillos, pude pagar todo y volver al arroz
La perseverancia tuvo sus frutos, pero vivimos en Argentina y los vaivenes de la economía han provocado que muchos productores se queden con lo puesto. Aldo recordó que firmó “la venta de una buena cosecha, pero no cobre la misma en el momento, y esa noche se anunció una devaluación tremenda, y el arroz al día siguiente valía más que el doble de lo que había firmado, razón por la que perdí la cosecha en un par de horas. La venta ya había sido firmada y había que respetar la misma”, sostuvo.
“Por una agricultura con Agricultores”: Aldo es un referente del gremialismo rural. En los reclamos del 2008 por la 125, se lo vio en su tractor, un viejo Zetor, en Capital Federal y en otros lugares del país. El tractor todavía marcha y, como en aquellos tiempos, hace sonar su bocina.
No es fácil levantarse de un golpe tan duro y difícil de comprender. Sin embargo, Aldo, con el optimismo que caracteriza al productor dijo que “nos levantamos de una trompada al mentón con mucho esfuerzo, ahorro, gastar lo justo y necesario y apostar duro al trabajo”.
“Todo a pala”
Para alimentar la arrocera, Aldo, con sus propias manos y la ayuda de un operario rural construyó un pozo para sacar agua que debe tener unos 9 metros. “Fue todo a pala, arriba pusimos una roldana y abajo un balde al que íbamos llenando de tierra y volcando afuera. Hacíamos medio metro por día, no más que eso, porque nos encontramos con piedra y la tarea se tornaba difícil; después lo calzamos con ladrillo para que no se derrumbe. Lo probamos y al cabo de 35 días comenzó a funcionar”.
Comentó que en el primer año de arrocero, sembró “5 hectáreas hasta llegar a las 9 que era la capacidad que tenía el pozo para hacer el riego”. Como anécdota queda una campaña en donde “nadie quería el arroz” por lo que tuvo que venderlo “como alimento para las gallinas y los chanchos en la colonia”, detalló.
La Piscicultura
Bel dijo que a lo largo de su vida probó con distintos emprendimientos, hasta, inclusive, hizo piscicultura en su campo de La Florida. “Alfredito Bel me dijo que podía probar con piscicultura, algo que de lo que no tenía conocimiento, pero como ya tenía el pozo de agua, con la ayuda de mi hijo (Dardo), me puse a hacer unos lagos y trajimos unos alevinos de Clorinda (Formosa). Volvimos con los ‘pacucitos` y empezamos a criarlos”, contó.
“Inclusive alcancé a vender en Gualeguaychu, todo marchaba bien-continúa- hasta que un día, en una jornada de invierno muy fría, se congeló tanto el agua que se murieron todos en una noche y ahí me di cuenta que la actividad no iba andar, razón por la que abandoné luego de 4 años largos años de trabajo”.
Seguir trabajando, con más de 80 años
Hoy tiene unas vacas en un campo al que la sequía le pega fuerte. “El clima nos está castigando, pero hay que ponerle el hombro. En mi caso sino trabajo y llego cansado a mi casa no puedo dormir, además tengo que seguir laburando porque la jubilación, 18.000 pesos, es ínfima”.
Cerró diciendo que la “última apuesta fue la de una fábrica de alimentos balanceados que manejan mis hijos, que marcha en forma más que aceptable”.
La vitalidad de Aldo es asombrosa. Va de un lado al otro, no para en todo el día. Si bien hoy vive en la ciudad, viaja seguido al campo para atender las vacas y recorrer las instalaciones buscando algo que hacer.
Su vida pasa por su familia y el trabajo con un optimismo envidiable. Ha soportado muchas tormentas que lo dejaron con lo puesto, pero que nunca se lo llevaron puesto. En base a mucho brazo y una alta cuota de ingenio sobrellevó momentos difíciles que superó con dignidad y valentía.
Fabián Miro / El Día